RELATOS DE VIDA

“Los pasos del amor”

Nunca perdió la esperanza, siempre estaba sola, las cuatro paredes de un espacio frío eran su único paisaje, pero su imaginación le permitía transformar el escenario en un campo verde, un cuarto cálido e incluso un lugar colmado de personas que la mimaban.

Jamás se quejó, pues la primera y última vez que lo hizo, fue víctima de regaños, gritos, palabras altisonantes e incluso golpes, con lo que aprendió, “de una forma cruel” a mantenerse callada y conformarse con lo que le daban.

Nunca le faltó alimento, resguardo o cobijo, de hecho estaba llena de lujos, pero lo que más deseaba era disfrutar de algún momento de charla, risas o de mera compañía para aligerar el paso de las horas.

Puntualmente, por las mañanas, se mantenía atenta para escuchar el saludo  mañanero, palabras que la colmaban de esperanza, después de 12 horas aguardaba el sonido de la puerta que le alertaban de una llegada y quizá de una caricia.

Pero el tiempo pasaba y no había cambios, solo el deterioro del espacio donde habitaba, derivado de la lluvia, viento y sol extremo; así como el deterioro de su espíritu y alma; tan solo habían pasado un par de meses y el amor que anhelaba se desvanecía.

Había perdido la fe y toda esperanza, sus ojos se fueron hundiendo cual navío en marea alta, su brillo se fue opacando, su apariencia se veía desmejorada, ya no comía ni saciaba su sed, ahora solo soñaba desaparecer.

Recostada en un colchón tirado en el piso y cubierta con una pequeña frazada, observaba atardeceres esperando el trágico final; cuando las carcajadas de unos pequeños le animaron a ponerse de pie.

Escuchó pasos que se dirigían hacia su guarida, después el chillar de la puerta al momento de abrirse y finalmente dos siluetas; los chiquillos se apresuraron a abrazarla, la acariciaron y llenaron de besos.

Con las escasas fuerzas que guardaba intentó emitir un sonido para agradecer su sueño cumplido, pero no fue suficiente; al cabo de unos minutos de concentración logró mover, aunque lentamente, su rabito.

Pelusa, por fin, había sido adoptada; Juanito y Pedrito, pudieron convencer a sus papás de adquirir una mascota; cumplieron con todos los requisitos necesarios y la llevaron al que sería su hogar, en donde le esperaba un nuevo colchón y una cobija, ropa, accesorios, y fundamentalmente compañía, caricias, besos y amor.

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