Historias de Buró

Chimuelo

Su risa muy característica. Los labios enormes y delgados de aquel hombre distinguían su personalidad; alegre, tranquilo, amable y despistado.

Juan Carmelo o “Jucamelo” como le decían sus cuates solía ser amigo de todos, solitario vagabundo que el destino le entregó las calles como su hogar de por vida, al frío como su enemigo y a los perros callejeros como su familia.

Caminaba por las calles y dormía debajo de uno de los puentes más transitados de la ciudad, porque al parecer se divertía imaginando las historias de vida de aquellos transeúntes que pasaban a su lado sin percatarse de su presencia.

Un día una mujer pasó tan cerca de él, que sólo cuando le llegó su olor fue que notó su presencia. Asustada, aceleró el paso hasta llegar al otro lado de la acera y una vez estando tan lejos giró la cabeza para toparse con aquella sonrisa burlona de Jucamelo, quien encorvado en el rincón de aquel puente disfrutaba el suceso más que ella.

Volvió a verla un día, platicaba con un sujeto alto de traje y corbata que al parecer se encontraba molesto por alguna razón. Sin avisar soltó una cachetada a la fémina quien impotente se dejó caer al suelo, a pocos centímetros de donde transitaban los carros aceleradamente.

Jucamelo ni se movió de donde estaba, mientras saboreaba un pedazo de pan, se dedicó a observar la escena. Después de unos minutos de discusión la pareja se marchó del lugar.

Una tarde lluviosa, el pobre indigente buscaba la manera de abrigarse y evitar el suelo mojado del puente y mientras lo hacía miró como un vehículo negro se estacionaba cerca de él, un hombre, el mismo que días atrás había visto golpear a una mujer, descendió para encontrarse con otra que ya lo esperaba.

Por la prisa dejó la puerta del vehículo abierta y Jucamelo aprovechó para adentrarse y tomar lo que pudiera. Al salir, se topó con el sujeto quien le soltó una golpiza que le tiró varios dientes.  

Sin pensarlo, Jucamelo sacó una pistola del pesado abrigo que llevaba y mató a la pareja.

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