RELATOS DE VIDA
Las piernas estaban entorpecidas, los casi 5 kilómetros de travesía para acompañar al viacrucis popular, si bien no hicieron mella en la subida ante la motivación de culminar el recorrido en un acto de devoción, al bajar alertaban que debían descansar.
Fue un andar lento, con espacios para poder retomar fuerzas y recuperar la respiración ante las pendientes pronunciadas, que se hacían eternas ante los asistentes que buscaban tener un buen lugar para tomar fotos.
La escenificación de una de las tradiciones católicas más antiguas, mueve el morbo por ver los latigazos y azotes hacia los personajes, y también dejan ver que pese a ser un acto en el que se debe tomar conciencia para rectificar sus vidas, en realidad es todo lo contrario.
En la procesión, las personas se empujaban para ubicar el mejor lugar, lanzaban indirectas hacia quienes con sus sombrillas tapaban la escena, y otros más, ya con unas copas encima, incitaban a los golpes.
También se escuchaban críticas hacia otras personas por su vestimenta, o por llevar niños en brazos, ante la inclemencia del tiempo que particularmente en estos actos es de calor extremo.
Pocos entendían que el recordar la muerte de Jesús, representaba hacer conciencia para cambiar actitudes que orillan a ser menos humanos, en una sociedad que a cada instante pierde su humanidad.
Por el contrario, fue tomado como un momento familiar en donde la comida y las bebidas alcohólicas no debían faltar, tomando el evento como un simple acto teatral, para después continuar la fiesta en casa.
Mientras que los menos, tomaron la procesión, las estaciones, las caídas y los pasajes como una forma de redimirse de sus errores cristianos, cada paso era una penitencia para ser perdonado de sus pecados.
Fueron estos últimos, quienes al tomar el camino de regreso, confiaban que la dolencia en las piernas que no respondían, se debía a esa purificación del alma y al haber cumplido su penitencia, y ahora vuelven a casa con más devoción y fe, para enderezar el camino.
