LAGUNA DE VOCES

* Luna lunera, cascabelera

Siempre se ha dicho que la luna puede tener efectos tan sorprendentes en el ser humano, que por documentación recabada en la historia misma de la humanidad podemos descubrir capítulos interminables, donde la muerte misma pudo ser desafiada por los rayos luminosos de esa gran bola blanca enceguecedora como la aparecida la noche de este domingo.

    Ha sido capaz de pulir el corazón deforme de los que tuvieron como única razón de ser el sufrimiento, lágrimas que nunca cesan cuando la soledad asalta las mañanas, tardes y noches de quienes se han perdido en los intrincados caminos de la vida que no cuadra nunca.

    Admirarla en su inocencia que se presenta las noches marcadas por los astrónomos para que sea admirada, es la oportunidad que se pone a la mano, porque es tan sincera que no distingue entre ricos, pobres, muy pobres y miserables, si es que esa clasificación del dinero pudiera existir.

    Porque en asuntos de alma es otra la forma de distinguir a las personas, y ahí es cuando la luna adquiere su justa dimensión, es decir la que nutre paso a paso las pequeñas veredas que conducen a la creación de seres humanos luminosos, únicos, indispensables para que otros menos afortunados puedan sobrevivirse a ellos mismos.

    La mañana de ayer, es decir a las seis en punto, todavía entre el tránsito de la noche al amanecer, aunque más pequeña, deslumbró el camino del paisaje pachuqueño, se burló de sus calles tapizadas de cráteres, pero al final cobijó el cansancio de los que bostezaron y se quedaron con la boca abierta nadamás de verla.

    Siempre, es decir hasta la eternidad, la luna deberá sorprendernos, llevarnos de la mano hasta el interior el corazón que de pronto late con más fuerza, con una profunda capacidad de amar igual a las ansias de buscar por milésima vez la pócima mágica de la felicidad.

    Es cierto, la magia no se le acaba, dura hasta entre las nubes hurañas que se le quisieron atravesar, ofender su luminosidad.

    Seguirá ahí pasados muchos años de que hayamos dejado la envoltura cansada del cuerpo. Nos tendrá que servir de guía para cruzar sin preocupación los cielos, y mirar el espacio que se dice es infinito. Es hoy por hoy el mejor faro para cuando logremos viajar sin necesidad de usar naves intergalácticas.

    Todo será asunto de creerle con sinceridad a la luna, de quererla, de buscarla sin otro equipaje que el alma reluciente, brillante, blanca de tanto mirarla.

    Es otro de sus atributos: hace que el único ingrediente invisible pero vital de cada persona salga por un momento, unas milésimas de segundo, y mire absorto el cielo. Lo que quiero decir es que no hay mejor acompañante para el alma que la luna.

    Ayer, todavía estacionada en los ojos, dejó mirarse, quererse, y seguro muchos le pidieron que no se fuera, que se quedara hasta la eternidad igual de luminosa, llena de confianza y cariño.

    Siempre lo ha hecho, pero con frecuencia olvidamos el ritmo justo con que se le debe invocar. Y equivocamos, tropezamos hasta perder de pronto las palabras que debieran traerla de regreso.

    Sin embargo es tan buena gente, que pasados unos meses está de nuevo alegre, sonriente, llena de esa carcajada silenciosa que pone orden en los corazones ansiosos de consuelo, y devuelve la esperanza, la vital esperanza por la vida.

 

Mil gracias, hasta mañana.

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