RETRATO HABLADOS

* Miguel Ángel Granados, cinco años de su muerte

Ayer se cumplieron cinco años de que murió Miguel Ángel Granados Chapa. Recordarlo, repensar a partir de su trabajo periodístico el propio, es un deber para quienes lo conocimos y tuvimos la fortuna de saber de su profunda preocupación por un país y un estado que amaba entrañablemente.
    Su lacónica despedida no solo de los miles de lectores que lo siguieron diariamente en la “Plaza Pública”, sino de la vida misma, “esta es la última vez que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós”, tal vez fue la lección más importante que haya dejado, porque ya no fue el analista meticuloso y bien documentado, sino simplemente el ser humano y el ademán de cerrar para siempre una puerta.
    Admiré su dedicación a la vida, porque con una disciplina casi militar cumplía a cabalidad sus compromisos con cada uno de los días que empezaba a primerísima hora, sin importar la dedicación cotidiana que tuvo durante tantos años al trabajo de mesa de redacción, lo mismo en la revista “Proceso”, el “UnomásUno” de entonces y por supuesto “La Jornada”.
    Quien haya tenido sobre sus hombros la responsabilidad que anoto, sabrá que agregarle un noticiario radiofónico casi de madrugada, dictar clases, escribir una tesis doctoral y múltiples libros, implicaba una entrega absoluta a la existencia.
    Y por supuesto a “Plaza Pública”, que nunca dejó de publicarse puntualmente en cada uno de los medios informativos que se engalanaban con su presencia.
    Digo lo anterior porque amaba la vida, cantar boleros y estar atento a sus amigos como lo fueron Arturo Herrera Cabañas y Alfredo Rivera Flores.
    La visión a veces tan ligada a un análisis exhaustivo de cada una de las aristas de un problema, ajena a los manoteos o los impulsos sin reflexión, lo que coronó con una despedida del lector y la vida tan así, tan como si al otro día lo encontraríamos de nuevo en Radio UNAM o en su “Plaza Pública”, lejos de mostrar una inmunidad al dolor, eran lo contrario.
    Pero Granados Chapa decidió asumir su enfermedad, cáncer, de la única manera que podía hacerlo: con entereza, de ningún modo un optimismo plañidero, sí el que se sustenta en una realidad difícil, pero que le llevó a amar aún más cada día que tenía a la mano.
    A mi siempre me sorprendió esa actitud.    
    Le pregunté en una entrevista que resultó ser la última antes de su muerte, cómo le gustaría ser recordado. Tal cual era apuntó: “me sorprendería mucho que pasados los años, además de mi familia fundamental, es decir mi esposa, mis hijos, mis hermanos, alguien se acordara de su servidor. Somos pasajeros y hacemos lo mejor que está a la mano en la vida que así es, sin otro objetivo que cumplir de la mejor forma posible nuestro deber, que en mi caso es hacer periodismo como yo creo que debe ser”.
    Ahora que me doy cuenta y lo compruebo, siempre se dirigía a sus interlocutores, así fueran muy jóvenes como cuando lo conocí, de usted, en un gesto de respeto real, no actuado, no de pose. Él era así.
    Ayer se cumplieron cinco años de su muerte.
    Siempre lo anoto: era del estado de Hidalgo, de Real del Monte, y con todo y el prestigio que lo colocó tal vez como el columnista político con más credibilidad en todo el país, nunca se olvidó de su tierra natal a la que amaba.
    No deberá sorprenderse que sean muchos los que pasado el tiempo lo recordamos con cariño, y la siempre sincera admiración por lo que representó y representa.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta   

CITA:
    Pero Granados Chapa decidió asumir su enfermedad, cáncer, de la única manera que podía hacerlo: con entereza, de ningún modo un optimismo plañidero, sí el que se sustenta en una realidad difícil, pero que le llevó a amar aún más cada día que tenía a la mano.

   

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