LA GUERRA

LA GUERRA

FAMILIA POLÍTICA

“La guerra, estrictamente hablando, es aquel conflicto social en el que dos o más grupos humanos relativamente masivos, principalmente tribus, sociedades o naciones, se enfrentan de manera violenta”.

Wikipedia está de moda para abrevar, de manera popular, en los grandes temas que el cotidiano devenir de los tiempos siembra en la opinión pública. A todas horas, con diferente estado de ánimo, desde las aulas universitarias hasta las tertulias de café, se habla con gradual conocimiento de causa, o sin él, de lo que le espera a México bajo el presagio anunciado de un “choque de trenes”, al hablar de política.

El carácter belicoso de uno de los protagonistas (aunque ya no esté en la boleta), desde hace varios lustros, por su propia naturaleza obliga a la construcción de escenarios, la mayor de las veces constitutivos de desastre, más allá de cualquier posibilidad de cambio negociado.

De acuerdo con la definición de moda de lo que sería la guerra, varios de los elementos constitutivos para ello, se están dando todos los días; por ejemplo: es innegable la existencia de un conflicto social, aún en estado latente, entre por lo menos dos grupos humanos de aspiración masiva (tribus, sociedades, gremios, comunidades…). Negar su vocación bélica, en este momento, sería voltear los ojos para no ver la realidad; para evitar que todos los seres humanos quedemos convertidos en estatuas de sal.

El mesías tropical, cada día toma mayor consciencia de su papel, ¿en el lado correcto de la historia?  Critica, deambula, se burla, amenaza, difama y se siente con el respaldo infinito de “el pueblo”, así, de manera genérica, lo cual le permite vociferar retadoramente: “si el pueblo está conmigo, ¿quién está contra mí?”.

Pero es una ley de la física, que: “a toda acción corresponde una reacción en sentido contrario y por lo menos, de igual intensidad”. En toda sociedad que no sea una dictadura declarada, las apariencias deben guardarse. Así, aunque existan grupos declarados antagonistas por naturaleza y circunstancia, desde el gobierno y algunas células del pueblo “bueno y sabio”, no se quiere admitir que la guerra está próxima y que sus efectos pueden ser devastadores. La opresión genera respuestas, algunas muy similares a las de la imposición del modelo, que se acuña y forja en el violento sureste de la República y otros lugares del país. Poco a poco se advierte cómo se va perdiendo el miedo, cómo sube el nivel de la crítica al otrora Pontífice de Macuspana, que en algún momento se consideró a sí mismo, con base en una pléyade de seguidores, como más infalible que El Papa y supremo salvador de la tierra para los hombres de buena y mala voluntad. Aunque si para lograr la paz, el costo fuera la guerra, la lógica se impone a la realidad.

Hace pocos años, nadie se imaginaba que el aprendiz de dictador encontraría la horma de su zapato en el pie de una mujer humilde con aspiraciones indigenistas: innegable inteligencia, valentía a toda prueba y ganas de transformar esta realidad con hechos y malas palabras. De manera paulatina, su imagen nació y comenzó a crecer por un menosprecio del señor de palacio. Hoy parece incontenible y hace que el centro del poder tiemble, aunque tenga de su lado la fuerza del dinero, la legitimidad de las instituciones (a las cuales desprecia) y el innegable respaldo de algunos pocos deslumbrados por los programas sociales que se conciben como dádivas del poderoso en turno y no como derechos constitucionales.

En este momento, el campo de batalla se está preparando desde Mexicali hasta Chetumal; los soldados están eligiendo cuál será su trinchera, están dispuestos a vencer o a quedar en el intento. Ofendidos, lastimados, vilipendiados, hoy despreciados, los opositores ya tienen quien hable por ellos; quien camine junto a ellos en el rescate de la esperanza. Todo está listo para la guerra. Por el momento no se advierte que alguno de los bandos esté dispuesto a dar o pedir cuartel. Ambos se sienten vencedores; ambos se sienten salvadores de México. 

En la madre de todas las batallas,

Perdido el credo por la democracia.

Tiembla la tierra, se oscurece el día.

No brillan las estrellas a lo lejos,

Ni parece que el sol volverá a salir.

¿Es el ocaso?

¿Un nuevo renacer de la violencia?

¿Es la ley de la selva que regresa?

¿Es tumba colectiva para México?

Cuando la guerra busca seguir siendo

Referencia y motivo de la historia;

Cuando la paz pierde su forma de paloma,

Se llenan de odio los rincones del alma.

Parece que se abrirán las puertas del infierno

Para llegar a la ciudad del llanto, al sitio del dolor;

al lugar de los pecados capitales,

Donde ya trastocados los valores, 

parece que las virtudes son los vicios.

Más no se puede abandonar toda esperanza.

El hombre tiene mil razones para seguir viviendo.

Un voto y una cruz hacen la diferencia;

Pequeños actos de voluntad cautiva.

Aquí estamos, 

Pero no pasivos; 

no esperamos la muerte sin luchar,

no seremos esclavos de la guerra.

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