Los jóvenes sí leen

Los jóvenes sí leen

LAGUNA DE VOCES

 Me dicen que ya no se lee, que todos los jóvenes, en esa penosa costumbre de generalizar, han perdido el interés por abrir un libro, un periódico impreso, y quedarse más allá de diez segundos en algo que no sea una pantalla que cambia, cambia y vuelve a cambiar, a pasos cada vez más apresurados, sin posibilidad alguna para frenar, detenerse, y descifrar lo que han querido decir un numeroso grupo de letras amontonadas.

Pero no es cierto. Buena parte de los jóvenes buscan de manera cotidiana una historia que leer, una opinión abierta, que les enseña a ser libres, y no que los aleccione para estar con este o con otro bando. Están hartos de las peleas de los viejos, y muy posiblemente, aquí sí, desilusionados del país que ya les heredamos en vida.

Si estuviéramos difuntos ningún problema, porque en la memoria de todo hijo, los padres tienen un lugar ganado por ese simple y sencillo hecho: que somos sus padres. Y estar ahí antes que descubran el horizonte que nos esforzamos en dejarlo yermo, maloliente, abarrotado por fanáticos, igual que uno, de los que abrazan cualquier nueva opción que prometa exterminar todo lo que se encuentre a dos mil kilómetros a la redonda, siempre para empezar la construcción del nuevo paraíso.

Pero estamos vivos, y a lo largo de los últimos años de esa época en que todavía nos consideramos jóvenes, insistimos hasta el hartazgo, que el internet, las redes sociales, solo habían apurado la construcción de mentes estúpidas, incapaces de cuestionar nada de la vida.

Nos la creímos porque no dijeron nada. Callaron y dimos por hecho que el que calla otorga, para luego sentirnos grandes, únicos, capaces de engañarnos a nosotros mismos y a los que más amamos: nuestros hijos. Olvidamos, como se acostumbra, que, a la edad de ellos, dedicamos buena parte de nuestro tiempo a eso, a perderlo, porque así se nos pegaba nuestra regalada gana. Y porque además no lo perdíamos, lo saboreábamos, y festejábamos cualquier hecho que, ya de grandes, nos empezaron a parecer absurdos, no porque hayamos madurado, sino porque nos habíamos amargado al tomar tan en serio la vida.

Leíamos cuando algo nos gustaba. Leíamos, nos decía un maestro de la prepa: “por gusto, no por susto”.

Después decidimos que la lectura sin susto no tenía sentido, y acabamos por ser lo que tanto odiábamos: gendarmes dispuestos a terminar con el requisito más importante al tomar un libro: el placer de tomarlo, de disfrutarlo, de perdernos en sus páginas.

Hoy los jóvenes leen de otra manera, y la verdad importa poco si lo hacen de una manera crítica o acrítica. Simplemente gozan con lo mucho o poco que leen, y tienen tanta curiosidad por ver el mundo, que no se cansan de pasar el dedo índice en el celular.

Pero no son analfabetas funcionales, ni nada por el estilo.

Son simplemente los nuevos habitantes del planeta, los que le darán sentido a todos los absurdos que les dejamos como herencia. Y son tan buenas gentes, que, hasta nuestra memoria, tendrá un lugar único en sus ojos, en sus recuerdos; porque aprendieron el arte simple, ajeno a toda complicación, de querer, de amar.

Mil gracias, hasta mañana.

Mi Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

X: @JavierEPeralta

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