Inmundicia

Inmundicia
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Muy poco se podía observar, la luz estaba apagada y lo único que permitía ubicar los muebles, el camino y las pocas personas que se escondían en ese escenario tenebre era la televisión, lo que también permitía algo de alegría.

Olía a humanidad, verdadera humanidad, mocos, flemas, papeles, alcohol, medicina, virus, bacterias, sudor, pena, agonía, desolación, tristeza, mucha tristeza, más que nada la añoranza de estar en la calle disfrutando de los rayos del sol y la brisa que refrescaba.

Ya eran más de siete días enclaustrados, más de una semana en donde además de su presencia de pacientes, la única compañía eran las cobijas, el sillón, la televisión y una mesa, pocos elementos para moverse o no moverse, dependiendo las necesidades del enfermo.

La desesperación y el poco movimiento llegan a hartar a cualquiera, principalmente cuando la rutina diaria es ajetreada, cuando tienes planes, compromisos, salidas, cuando no estás acostumbrado a esperar entre cuatro paredes cómo pasan los días.

Esta fue una cadena de sucesos infortunados, en donde la enfermedad se multiplicó como los marcianitos al momento de echarles agua, y aquí porque una gotita de saliva seguramente salió del paciente 0 y se pegó en los pacientes sanos, y ahora hay que seguir soportando el olor a virus y mocos.

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