Nada de nada

Nada de nada

LAGUNA DE VOCES

Se trata de la única verdad que en estos tiempos de mentiras, puede pasar todas las pruebas que sean necesarias y salir indemne, incluso más fortalecida, porque nadie ha podido detener los desbarajustes que el tiempo provoca en los ojos, las manos, el cuerpo de una persona, no se diga el cabello, que en el caso de los hombres, regularmente desaparece, o deja una especie de estropajos diminutos, para ilusión del inminente calvo, y gozo de los que venden pócimas, champús, y hasta menjurjes con todo tipo de ingredientes. Hay los que, en estado de absoluta desesperación, se embarran excrementos de vaca en la calva, porque algún ocurrente dijo que era el remedio milagroso.

Cada cual hace lo que puede para ahuyentar la vejez, la decrepitud que se asoma en cejas que crecen de manera desmesurada, lo que haría falta centímetros arriba; pero pareciera que se trata de eso, de que, además de todo, el que implora piedad a los cielos, sea presa del escarnio y la burla. De otro modo no se entiende por qué, no pocos, traen adornada la cara con pelos que salen arriba de los ojos, y que de plano un buen número de caballeros se niegan a cortar, como protesta silenciosa ante la ofensa.

Igual o peor es con las mujeres, y por eso el crecimiento multimillonario de la industria cosmetológica, que no deja pasar semana sin sacar a la venta lo último para que el efecto bótox, sea de toda la humanidad, pero sin bótox. Es decir, cremas que dejan petrificada la frente, las mejillas y cuello, aunque, eso sí, por un tiempo mínimo y razonable. El problema es que la usuaria es de fácil detección, porque deja de sonreír, y teme, con fundada razón, que algo se le puede quebrar en el rostro, igual de frágil que la zapatilla de La Cenicienta.

No, el tiempo no perdona a nadie, y ya la canción lo dijo una y otra vez, donde Dios sale más bondadoso y capaz de perdonar.

Pero al asunto físico también se suma el de tipo mental, que se presenta de repente con olvidos absurdos, o desapariciones de lentes, celulares y plumas, que son objeto de severas denuncias, ya que alguien, con quién sabe qué malévolas intenciones, se da a la tarea de ocultar lo perdido.

Siempre resulta que estaba frente a nuestras narices, pero por alguna razón que algún día un investigador de carrera, descubrirá, se hacen humo del campo visual, incluso si apenas unos segundos antes los habíamos visto.

Simplemente se esfuman.

Y luego aparecen, en el mismo lugar, ni un centímetro más, ni un centímetro menos del espacio que ocupaban. Es decir que sí, efectivamente se hicieron nada, pero dentro de nuestro cerebro. Lo que me lleva a pensar que es el primer síntoma de nuestra inminente desaparición, una vez que los recuerdos también se hagan nada.

Lo que sucede es que, aquello que no conserva su lugar en alguna gaveta de nuestra cabeza, efectivamente deja de existir, porque no hay forma de lograr confirmar su existencia, si no ha sido captado y comido por nosotros. Sí, es fácil: me muero, me hundo en la oscuridad eterna, y luego entonces todo el universo se evapora. Sí, esa es la idea.

Pero hablamos de asuntos más filosóficos. El asunto es que el tiempo transforma el cuerpo humano, en un despojo de lo que fue en sus años mozos. No respeta, igual al alcoholismo, género, condición económica o intelectual, color, ni estudios. Es irrespetuoso de nacimiento, así que cuídese cuando dedique más tiempo del debido a pócimas para no quedar pelón, a querer cerrarle el paso a los surcos en la cara, a un lado de los ojos, o la frente.

Y de plano, despídase, si acaba de mirar el estuche de sus lentes debajo de la pantalla donde escribe, levanta los ojos para mirar los cipreses del jardín, y al bajarlos, nada, nada de nada, porque el objeto citado se esfumó, junto con una pluma que estaba a su lado.

Lo siguiente es que cierre los ojos, y nada. Nada de nada.

Mil gracias, hasta mañana.

Mi Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

X: @JavierEPeralta

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