Casi un año

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Casi un año

LAGUNA DE VOCES

A lo largo de nuestra corta vida, tenemos la penosa obligación de despedirnos de quienes nos dejan, simplemente porque el tiempo es un ejecutor implacable del proceso en que el cuerpo se agota, sus años también, y, con bastante regularidad, hay aceptación para volver a abrir los ojos en una tierra llena de posibilidades, o simplemente de tranquilidad. Otras veces no es así, porque en absoluta oposición y desacuerdo con los designios que marcan los años, nos dicen adiós lo que debieran recordarnos en las misas de novenarios, en los aniversarios luctuosos.

Existir, sin embargo, es abrir con bastante frecuencia una caja de sorpresas, unas veces trágicas, otras no tanto, y, para fortuna nuestra, con bastante regularidad, de alegrías que luego llamamos bendiciones, porque marcaron para siempre el camino por el que, lo sabemos, habremos de transitar hasta que llegue la muerte, el fin, o el principio de todo, de acuerdo a lo que hayamos planeado.

Por eso, aunque le colguemos el símil de ser una caja, un alhajero con un contenido pleno de esperanza, lo cierto es que se presenta como la tratemos, a la vida, y por lo tanto a cada una de las personas que fueron designadas para ir con nosotros, tal vez siempre, o un tiempo que después se guarda en los recuerdos que nos convierten en seres nostálgicos y melancólicos, porque de alguna manera quisimos que permanecieran, nos dejaran acabar de comprender la forma cómo miraban la existencia, tan plena de agradecimiento y capaz de practicar de manera cotidiana la aceptación.

La verdad sea dicha, cada vez comprendo menos a los que se devanan los sesos, en el vano intento de querer comprender los motivos, de quienes dan por hecho que la vida es por naturaleza, el escenario para pelear por el poder, y así, mandar a otros, humillar a otros, en no pocas ocasiones desaparecer a otros. Todos sabemos, que ellos o ellas, se hacen menos presencia y más olvido. Es decir que pierden, pero ni cuenta se dan.

Aprendí lo que sé de mi pueblo, por las historias que siempre contó mi hermano Beto, que en unos días cumple un año de haber partido. Supo mirar con ojos de amor cierto, las calles que llevaban y llevan a una laguna hoy sin agua, pero que para él siempre fue el firmamento, las estrellas que navegaban, y se convertían en universo cuando se sentaba a mirar, a saber compartir la esperanza en tener la fe que poseía a montones.

Amaba el campo y las cosas simples, porque las complicadas son las ganas de adornar lo que de naturaleza es hermoso. Estoy seguro que acompaña de nueva cuenta a papá a barbechar la tierra, a comer tacos preparados por mamá cuando llega el hambre, y a contar el cuento completo a su hijo que lo esperó todos estos años.

A casi un año de tu partida, debo confesarte que poco cambia en el mundo, en el país, en el pequeño espacio donde un día decidiste trasladar tus sueños, tu palabra que tanto valorabas. Los que ejercen el poder olvidaron sus raíces de hermandad y compasión, porque de buenas a primeras, otra vez todo es una guerra, un pelear con uñas y dientes el diminuto tiempo que son poderosos, con la certeza de que no es ni un respiro en sus existencias.

No, solo Sabines fue un poeta que metieron de político, pero que supo simplemente escribir y escribir, y todo atolondrado decirse qué jijos hacía en la Cámara de Diputados. 

Así que el mundo es una historia que se repite y se repite y se repite. Pero donde estás tú ahora, seguro has comprendido el misterio más grande de la existencia humana, y por eso puedo asegurarte que agradezco lo que platicabas del pueblo, que es la vida del mundo mismo, porque era un lugar sencillo, mágico; porque ningún pueblo dejar de serlo, porque solo así se entiende que seres tan luminosos como tú, hayan iluminado ese pequeño pero vital escenario de la existencia.

Mil gracias, hasta mañana.

Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

X: @JavierEPeralta