Paradojas de la desigualdad

Paradojas de la desigualdad

Por el derecho a existir

En un mundo dominado por la tiranía de la prisa, donde el tiempo se escurre como arena entre los dedos, ¿cómo elegimos invertirlo? Muchos hombres, atrapados en la vorágine laboral, acumulan horas extras como si fueran trofeos de una batalla interminable. Las mujeres, por su parte, a menudo se ven abocadas a una doble jornada, cargando con el peso del cuidado del hogar y de los hijos, mientras sus proyectos profesionales se diluyen en la neblina del “algún día”.

Las frías estadísticas del INEGI corroboran esta realidad: las mujeres dedican casi tres veces más tiempo que los hombres a las tareas del hogar y al cuidado de los niños.

Así los hombres asociados socialmente a los roles de trabajo remunerado prefieren invertir más horas en las oficinas, empresas, talleres o lo que sea y evitan las horas de cuidado, esas horas que implican trabajo no valorado, como preparar los alimentos, aseo, cambio de pañales, apoyo en las actividades escolares, entre otras múltiples funciones.

Esa desigualdad lastimosa, está plenamente naturalizada por la romanización de los roles y si bien muchas mujeres deciden la maternidad como proyecto de vida y a él dedican sus horas, lo cierto es que a veces esa decisión no se encuentra en su cancha, no tienen esa posibilidad.

Múltiples son las historias de las mujeres no reconocidas por la historia, aquellas que fueron eclipsadas para que sus esposos pudieran brillar en el mundo de la poesía, las artes, las ciencias, los puestos ejecutivos, uno de los ejemplos más claros es la escritora Elena Garro, pero tantas se quedan en el anonimato y el olvido, porque son los nombres de ellos los que se inscriben en las memorias del reconocimiento. 

Las mujeres que ejercen la maternidad y trabajan a menudo se encuentran con la carga mental, es decir, su mente ocupada de tiempo completo, un trabajo de pensamiento sobre la organización propia y de las demás personas a su cuidado, a veces con agotamientos difíciles de expresar. 

Por lo que creo que requerimos encontrar en los escondites de las posibilidades un equilibrio que nos permita disfrutar de nuestras familias, de nuestras amistades, de nuestras aficiones. Un equilibrio que nos permita cultivarnos, crecer como personas y dejar huella en el mundo.

Porque al final del camino, lo que realmente importa no son las horas que pasamos en la oficina, sino las horas que le dedicamos a la vida, esa vida que a veces no valoramos en el sinsabor de la rutina y la cotidianidad. Entender que los horizontes marcados por el tiempo juegan un camino sin retorno a la realidad. 

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