155 años de Hidalgo…

155 años de Hidalgo…

Por el derecho a existir

Agárrense los sombreros y prepárense para un viaje lleno de paisajes que te hacen suspirar, formas que desafían la lógica y sabores que te hacen bailar huapangos en el paladar. Sí, señores y señoras, estoy hablando de ese pedacito de México que es tan auténtico que hasta los chiles parecen tener personalidad propia y sino pregúntenle al chile rayado que está buscando la denominación de origen, por su rico sabor, particular textura y método de ahumado único.

A lo largo del tiempo he tenido la oportunidad de visitar los paisajes diversos de la entidad, a veces pareciera que los cerros se saludan entre sí, algunas veces la inmensidad se deja sentir cuando se mira Zimapán entre la tradición minera y las maravillas que hacen de ese municipio un pueblo mágico, pero cuando a la huasteca voy, me encanta mirar el cerro de las tres huastecas, cuando a mi vista aparece tengo la seguridad que pronto deleitaré un buen plato de enchiladas, cecina y un rico café. 

Ahora bien, si de pueblos mágicos se trata no podemos dejar de hablar de los prismas Basálticos en Huasca de Ocampo, donde la naturaleza juega al arquitecto y crea columnas hexagonales impresionantes. Pareciera que un gigante con un sentido estético impecable decidió esculpir la roca solo por diversión. Pero no todo en Hidalgo es seriedad y contemplación. También hay espacio para el humor y la alegría en cada esquina. Una cosa bellísima representa la tradición del “quita y pon bandera” en Mixquiahuala, donde los “shitas” recorren los barrios con chicote, muñeca y tlacuache, que dicho sea de paso una amiga y sabia antropóloga me ha compartido una serie de elementos de cosmovisión, que me quedaría corta en tratar de reproducir sus palabras y la magistralidad con la que relata la tradición que data de siglos atrás.  

Ahora bien, hablando de sabores, la gastronomía hidalguense merece una oda aparte. Desde las exquisitas gorditas rellenas de guisos tradicionales (incluida la exquisita barbacoa) de Tepa, hasta los tamales que parecen envueltos en cariño, cada bocado es un festival de sabores que hace una fiesta en tu boca. Y vaya que si algo es difícil es decidir qué pan es el más delicioso de la entidad, aquí a miedo de equivocarme pondría en primer lugar el de Tianguistengo con ese sabor a horno tradicional, la región Otomí Tepehua no se queda atrás, y si algo dulce se antoja, las burritas de Zempoala son la onda, ¿y qué decir de la bebida típica, el pulque? Beberlo es como una experiencia religiosa; te sientes bendecido por los dioses magueyeros y listo para conquistar el mundo, o al menos la siguiente taquería.

Pero no todo en Hidalgo es sobre individualismo. La comunidad es el corazón palpitante de esta tierra. En el pueblo mágico de Acaxochitlán, las calles, arcos y arquitectura son testigos de la vida cotidiana donde las y los vecinos se conocen por nombre y los abuelitos (as) cuentan fascinantes historias de nahuales. Aquí la comunidad no es solo un concepto, es una realidad tangible, un tejido social que une a la gente con hilos de tradición y amistad, esos hilos que cruzan las cinturas para hacer los tejidos de telar que entrelazan la naturaleza con la filosofía o aquellos hilos de colores brillantes con los que se hace la puntada que se conoce como pata de gallo, que hace de los tenangos un arte único que no se puede replicar por las máquinas.

Así que, queridas (os) lectores, si están buscando un destino que desafíe sus sentidos, los haga reír a carcajadas y les permita sumergirse en la riqueza de la cultura mexicana, Hidalgo es el lugar. Desde sus paisajes que parecen salidos de sueños, hasta sus comunidades que te hacen sentir parte de una gran familia, esta joya escondida en el corazón de México tiene algo para todos. 

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