La tierra de nuestra Tierra

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LAGUNA DE VOCES

Ahora, apenas la segunda semana del 2024, escuchó con sigilo que llovía y el frío amenazaba convertir en nieve la ligera, apenas visible agua que se pegaba a los vidrios, amanecidos de humedad y vapor. Todos empiezan a mirarse con sospecha, porque no es normal toser con tanta gana maligna, casi echar pedazos de pulmón y mirar con ojos llorones el cielo que ahora, además de todo, aúlla en las calles pachuqueñas, igual que hace 30 y tantos años, cuando tenía campo libre para espantar a cuanto cristiano se cruzara en su camino. A veces, por ratos diminutos, sale el sol, se pone mero enfrente de los de tos cavernosa, y les da la esperanza de que, si ya cargaron a los peregrinos del 23, qué les dura llegar hasta finales del actual 24. Pero saben, bien que saben, que por lo menos uno, una de los que se encuentra en la farmacia del doctor Simi, en cualquier rato desaparecerá, se hará nada, se evaporará como la lluvia de las madrugadas, y luego será recuerdo, y después quién sabe, porque nadie sabe cuánto tiempo nos guardará la memoria de los pocos que decidirán no jugar al olvido con nosotros.

Como sea, llegado el momento hay que partir con dignidad. Subirse al tren que nos dejó, cuando nacimos, en una estación que apenas empezamos a conocer, pero que acabó por gustarnos, hasta llegar a una edad en que reconocemos la fugacidad de todo, la enfermedad dura y latosa que antes nos hacía los mandados, pero ahora se convierte en una tos que se emperra, se agarra con dientes y garras del pulmón que se mueve como badajo de campana en el pecho.

No, seguro que ya no hacen como antes a los que podían soportar el frio pachuqueño con una camisa de manga corta, una playera, un suéter delgadísimo. Ahora hasta el tuzo más tuzo se quiebra, y tose igual a cualquier mortal de estas tierras.

Algo pasó con la tierra, me dice mi hermano que algo sucedió con el núcleo del planeta, que de buenas a primeras decidió invertir el sentido de su rotación, y eso preocupa, pero luego, cuando le pensamos sobre la relatividad del tiempo en una mota de polvo que es nuestra gran casa, la canica azul, ante el tamaño inconmensurable del universo, entonces caemos en la cuenta de que efectivamente, nuestra presencia es simplemente nada, nada de nada.

En algo ayuda pensar así, porque la tos que antes catalogábamos como un siniestro asesino, solo resulta ser eso, una tos opaca, ahuecada, igual al susurro que seguramente es nuestra voz, nuestro grito de no querer irnos cuando ya le agarrábamos gusto a esto de caminar por la tierra de nuestra Tierra.

Mil gracias, hasta mañana.

Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

X: @JavierEPeralta