Cena navideña 

Cena navideña 

PEDAZOS DE VIDA

La noche de navidad fue diferente, en esta ocasión todo fue diferente, no hubo lomo adobado ni pavo, realmente pavo sólo hubo una vez y a nadie les gustó. A mi familia no le gusta la comida dulce, lo he comprendido de mala manera, no es grato ver que la comida que preparaste por horas se queda en la mesa sin ser tocada, pero así hay gente, que no el gusta la comida dulce ni agridulce, y así es mi familia.

Las chuletas en salsa de tamarindo fueron un fracaso, también el pavo relleno, las tostadas con chiles caramelizados y los chiles en nogada son temas que no se deben volver a tocar en la mesa, y no porque hayan quedado feos, estuvieran crudos o no se hubieran cocido bien, sino porque este tipo de sabores no les gustan a mi familia. 

Hubo un fusilli a la putanezca en lugar de espaguetti con salsa de tomate, hubo una ensalada de coles de bruselas, de plato fuerte el mutter paneer y naan que es un tipo de pan persa, la mesa quedó servida como nunca, con los cubiertos que se utilizan de vez en cuando, con el mantel navideño que la abuela sólo permitía usar en esta fecha, y con una serie de platos servidos conforme había aprendido en el viaje que como migrante hice a Europa para trabajar peor que aquí y con paga peor también, lo único bueno fue lo que aprendí en cocina. 

Pero minutos antes, llegaron esos familiares que todos apreciamos por su lejanía, que nos caen muy bien debido a que no los frecuentamos, aquellos con los que podemos ser buenos anfitriones una vez pero no diario, esos que de pronto deciden quedarse por la buena atención que no reciben en ningún otro lado. 

Pues sí, como los osos del cuento, se sentaron en mi silla, comieron de mi comida y utilizaron los platos que me correspondía de la vajilla, de pronto ese despreciable primo comenzó a criticar mi comida, no quiso probar el naan, y comenzó a hablar de restaurantes y lugares donde seguramente nunca ha comido porque para que gaste un peso en un restaurante está cabrón… 

Escuché con atención, bebiendo mi vino en vaso cubero, porque por atender a los invitados, no alcanzaron las copas, escuché cada una de sus mentiras y guardé silencio, la noche de navidad no era para darle otro calladón de hocico como he acostumbrado en las  últimas visitas, me quedé callado y seguramente mi cordialidad atorada en las pupilas de mis ojos fue notada por mis padres, quienes trataron varias veces de desviar el tema, sin lograrlo, el primo seguía hablando y hablando…

No recuerdo el momento en el que tomé el cuchillo y se lo clavé, no recuerdo ese momento, en verdad que no sé cómo sucedió, pero de que fui yo, no cabe ninguna duda. 

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