LOS SÍNDROMES.

“Fiado en el instinto que me empuja
Desprecio los peligros que señalas.
El ave canta aunque la rama cruja,
Como que sabe lo que son sus alas”.
 
Salvador Díaz Mirón.

De acuerdo con la Real Academia Española, síndrome es “El conjunto de síntomas característicos de una enfermedad” o, por extensión, “el conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada”.

En la vida diaria, pero fundamentalmente en cuestiones de sobrevivencia política, social, laboral y económica, la posibilidad de predecir con certeza, hace que el ser humano elabore juicios a futuro solamente con sensaciones y percepciones del presente.  Con estas bases, de tan endeble fundamento científico, es lógico que los escenarios por venir, en determinadas coyunturas, se vean dominados por el pesimismo fatalista o por el optimismo utópico.

Así, sobre todo cuando se operan cambios que la Constitución ordena en el ámbito del poder público (aunque no se excluye el sector privado), por mucho que ayude la Prospectiva, la incertidumbre anida en la sub conciencia de los servidores públicos, que llegan y en los que se van.

Todos los que desempeñamos un rol, en las diferentes áreas y jerarquías del gobierno tenemos una historia.  Ella determina nuestro presente y diseña, casi fatalmente nuestro futuro.  Poco cuentan las fuerzas del azar y mucho menos el libre albedrío.  Sólo la voluntad de quien manda: el estilo es el hombre.

Los síndromes están a flor de piel, ocultos en el infra yo de los políticos y en general, de los aspirantes a los diversos cargos gubernamentales.  En una clasificación arbitraria, la observación y la experiencia me llevan a describir algunos de ellos:

–    Síndrome del tabique.- Es una sensación de mareo que los bisoños sienten al poco tiempo de estrenar un cargo y recibir honores a los que no están acostumbrados.  Un tabique les parece tan alto como un rascacielos y su autoestima se eleva en un porcentaje inconmensurable.  La previsión contra esta sintomatología se encuentra prevista en el viejo adagio  que dice: “Todo lo que sube, tiene qué bajar”.

–    Síndrome de persecución.- Suele darse en aquellos sujetos que tienen una significativa carrera en el servicio público, particularmente cuando sobrevivieron a los cambios durante dos o más sexenios.

No es fácil resignarse a la exclusión o a desempeñar un cargo de menor jerarquía.  Estar fuera, suele atribuirse al celo o a la insidia de los enemigos políticos.  En el segundo caso, se recomienda leer al Filósofo de Güémez, especialmente cuando pontifica: “Los políticos deben estar como los frijoles de olla, arriba o abajo, pero siempre adentro”.

–    Síndrome del Bullying.- En todo equipo siempre habrá alguien que sea objeto de todo tipo de bromas o molestias, adjudicación de apodos o exagerada exaltación de sus características físicas, étnicas o lingüísticas.  Esto se acentúa cuando ingresa al grupo un integrante ajeno al origen político de la mayoría.  El extraño tiene que soportar periodos de variable duración a manera de iniciación o novatada.  Si sobrevive, lo más seguro es que se integre y el bullying pase a otra víctima.  Difícilmente desaparecerá.  Hay quien prefiere perder una amistad o un empleo, que la oportunidad de burlarse de un compañero.

–    Síndrome del Patito Feo.- Se basa en el relato clásico de Hans Christian Andersen y constituye una variable del anterior: Un polluelo palmípedo, por grande y torpe siente el rechazo de sus hermanos en el lago que habita; hasta la pata (dije pata) madre lo relega, por feo.  Triste y abatido, un día vio llegar a una parvada de hermosas aves de blanquísimo plumaje y elegante figura.  Al estar junto a ellas, el tímido “patito” creyó que iban a matarlo.  Elaboró el siguiente silogismo: “si los patos no me quieren, menos estas magníficas criaturas”.  Para su sorpresa, los cisnes se acercaron a él con actitud protectora y uno de ellos le preguntó: “¿Qué haces aquí, si tú eres de los nuestros?”.  La moraleja no es de Andersen sino de El Piripituche: “Mal le va a un cisne en tierra de patos”.

–    Síndrome del Jefismo.- Es una derivación del verbo “jefear”, el cual, a saber, connota dos acepciones: primera, actuar como jefe; segunda, invocar para todo el nombre del jefe.  En el primer esquema, el ungido toma decisiones, con frecuencia inverosímiles, aunque después tenga que rectificar.  En el segundo amenaza o estimula a su subalterno, con la espada flamígera o con la dicha eterna en el cielo del poder terrenal.

–    Síndrome del Cortesano: Aunque en mi pueblo se llama lambisconería, en los pasillos palaciegos, la lisonja de tiempo completo adquiere categoría de arte.  Ésta forma servil de llegar a la cumbre, es tan antigua como la concepción misma del poder político.  La lealtad nunca será un valor en la jerarquía del cortesano perfecto.  Sólo un medio para alcanzar sus fines (Maquiavelo dixit).

Quedan en el tintero muchos síndromes más pero, esa será otra historia.
Decía el Maestro Conrado Carpio Zúñiga, honesto abogado de longeva trayectoria: “Las personas valiosas siempre tendrán nuevas oportunidades, por eso no agotan su carrera en el primer cargo.  Quienes se saben limitados o incapaces, roban o aprovechan todo lo que pueden; su oportunidad puede ser la primera y la última”.

Septiembre 2016.

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