FAMILIA POLÍTICA
“El hombre es él y su circunstancia”.
José Ortega y Gasset.
En ese tiempo, como ya se ha dicho, las opciones para que un muchacho con secundaria inconclusa continuara sus estudios eran muy limitadas: el ICLA, el POLI, prácticamente obligaban a iniciar el ciclo completo; en la Normal había desaparecido el nivel; ante esta situación, solo quedaba el recurso de una institución particular. Así, Juan Pedro logró un espacio en la Escuela Secundaria Vespertina del Magisterio número 9, que un año antes creara el querido Maestro, Profesor Donaciano Bautista Hernández, quien se comprometió a revalidar el año cursado fuera de su institución y a dar continuidad a los estudios a partir del segundo grado.
El tiempo, al transcurrir, borra casi todos los recuerdos, algunos permanecen para dar significado a la cronología de una vida; de esta manera, en el joven estudiante solo quedaron las imborrables reminiscencias de pocos amigos que en ese escenario surgieron y ahí permanecen, sin entrar en las páginas del olvido, pero sin continuar la vigencia presencial de los afectos. Se cuentan con los dedos de una mano quienes no hicieron bullying a aquel tímido muchacho que llegaba todos los días con el sudor que propiciaba el viaje en bicicleta, algunas veces con sombrero de palma, pantalones estilo charro y botines en donde se acumulaban diariamente los polvos del camino, que provocaban las burlas de los compañeros, casi todos mayores, trabajadores que aprovechaban las clases en la tarde para poder estudiar.
Pasaron dos años; gracias a los esfuerzos del Maestro Bautista, se revalidaron las materias del primer año. Desde el punto de vista académico, solamente quedan recuerdos de las excelentes clases de Español que impartía el mismo Señor Director: las aventuras de El Cid Campeador y otros personajes de ficción literaria entraron en el joven intelecto, para permanecer; se manifestó también una proverbial aversión por las matemáticas, la física, la química y disciplinas afines. No hubo materias reprobadas, pero tampoco reiterativos dieces de excelencia. Pronto, sin recuerdos fuertes, ni gratos ni ingratos, se pasó esa etapa biográfica. Quedaron las incursiones ciclistas en el seno de la noche campirana y el arraigo de un adolescente a la tierra que lo vio nacer, a la patriarcal casa familiar y a los padres, siempre presentes, siempre amorosos, siempre protectores.
“Ya terminé la secundaria ¿y ahora qué haré?” se preguntaba con angustia Juan Pedro; había que tomar la decisión que marcaría su futuro. Las influencias de los compañeros no lograron consolidar una vocación que pudiera considerarse definitiva: Alfredo quería ser Ingeniero; sus afanes politécnicos se manifestaban en cada momento; sus inclinaciones artísticas lo hacían dibujar en toda oportunidad, burritas blancas con arreos de color guinda. Jesús dejaba salir su apego al manejo económico de los números; estaba claro que sería Contador, como lo fue. Carlos siempre supo que sería Médico. Sólo nuestro personaje no sabía qué hacer; sentía pánico de llegar a la edad adulta siendo un mediocre, en relación con sus colegas. Jamás se resignaba desde entonces, a hacer que su imagen fuera la de un perdedor. Obvio: nuestro confuso amigo no sería ingeniero, contador ni médico. El consejo de la madre Profesora tampoco servía de mucho, pues siempre soñaba con que su unigénito fuera algo más de lo que ella era.
Después de varias noches de insomnio tomó la decisión: iría a la Escuela Normal. Finalmente, el ambiente de profesores era el único que conocía y sabía (tal vez equivocadamente) que todos eran iguales; que el sueldo los homologaba… con esos y otros argumentos, inició los trámites para ingresar a la Escuela Normal Urbana, federalizada, del Estado.
Según opinión generalizada, el ingreso a la Normal era bastante sencillo; la demanda no era tan grande como en las otras dos escuelas de ese nivel; pero no se había tomado en cuenta que al desaparecer la secundaria y por otras circunstancias, la matrícula de aspirantes en ese año se elevó de cien a cerca de ochocientos; de los cuales, solamente ochenta y cuatro aprobaron el examen de admisión. Así se puso la camiseta con la estrella rojiblanca de cinco puntas; se convirtió en un ferviente y convencido miembro de la fraternidad normalista y de sus ideales educativos, formados en las corrientes filosóficas y pedagógicas vigentes, bajo la batuta del convencido izquierdista, General Lázaro Cárdenas del Río.
El mismo día del examen, al salir, se encontraba ya un grupo de jóvenes activistas “delincuentes juveniles” de los siguientes grados quienes, enarbolando pavorosas tijeras, se acercaban a los nuevos para raparlos según la tradición; obviamente, no fue la excepción. El malvado Roberto Federico, cortó sus rizados bucles, al mismo tiempo que pretendía comprometer su voto para la planilla que disputaba la representación de la Sociedad de Alumnos, de la cual formaba parte el malvado agresor. Quienes conocen la historia, afirman que el sanguinario verdugo, por justicia divina, quedó calvo.
Dado el pequeño número de la matrícula aceptada, solamente se integraron dos grupos. La Normal tenía justificada fama de muchachas guapas; el salón de Juan Pedro no fue la excepción; solo seis miembros del sexo masculino estuvieron en un universo de cincuenta mujeres, lo cual hacía que las horas de estudio pasaran deliciosamente.
Fueron tres años, una época hermosa, brillante, de una adolescencia alegre y soñadora. Los compañeros sentían gran afecto por el joven provinciano y las compañeras, más. Para ello contaba el hecho de que, junto con Andrés, tocaba la guitarra y ambos llevaban sentidas serenatas a nombre propio y a petición de otros: alegría, cantos, estudios, prácticas educativas, tardeadas, convivencias con profesores condescendientes pero enérgicos, pródigos en consejos y fervientes practicantes de la buena ortografía.
El dormido espíritu del educador se despertaba paulatinamente: Juan Jacobo Rouseau, los enciclopedistas franceses; Kant, Montessori y toda una pléyade de ilustres nombres en la historia universal de la educación. Los Rusos: Makarenko (Poema Pedagógico), Gorky (La Madre)… tenían sendos espacios, obviamente junto a los economistas alemanes Marx y Engels.
Los temas de Historia de la Educación en México, eran brillantemente expuestos por los queridos Maestros huastecos Javier Hernández Lara y Jaime Flores Zúñiga, así como Isaac (Saque) Guzmán Valdez, quien hacía lo posible por introducirlos a su preciado mundo: El Teatro. En ese mismo esquema, el enérgico Profesor Alfonso García, con sus clases de danza intentaba prepararlos para montar los bailes y danzas a los que tiene que enfrentarse un Profesor Rural.
Aún recuerda Juan Pedro la gran satisfacción que sintió cuando, por opinión mayoritaria de sus compañeros y la intervención de algún Maestro, fue designado para pronunciar las palabras de despedida en la ceremonia de graduación. Abrazos, risas y lágrimas se mezclaban en un conglomerado de alumnos que juntos habían transitado tres años de su vida y que ahora se enfrentarían a lo incierto en los campos hidalguenses, con el único añadido de un título antes de sus nombres: Profesor.