RETRATOS HABLADOS

* Las ciudades destruyen las costumbres 

“Las distancias apartan las ciudades, las ciudades destruyen las costumbres”, decía José Alfredo Jiménez, y en estos tiempos nos resignamos a ser testigos de cómo la modernidad acaba con el pasado inmediato, el nuestro, que en algún momento consideramos eterno. Nada más equivocado que pensar en la constancia de los lugares, cosas, personas que juramos serían parte no solo de la existencia frágil -que es la de uno-, sino del universo entero.

 

            Algún tiempo atesoré, con la manía del que quiere construir un espacio ajeno a las veleidades del tiempo, discos de acetato que limpiaba con un algodón humedecido en alcohol, para luego colocarlo, con el cuidado que exige la tarea de embalsamar para la posteridad cadáveres, en una funda delicada de plástico. Protegía el cartón que hacía de estuche con cinta para que no se rompiera y se asomara el preciado cuerpo de música.

            Llegaron los cd y con todo y la nostalgia hice una pila de gigantescas ruedas de plástico para guardarlas en una caja, varias cajas, que se quedaron olvidadas en un rincón del librero.

            De nuevo la manía regresó, ahora con cajitas de plástico duro que por ser mucho más pequeñas, permitían su almacenaje a manera de libros. Ocuparon durante varios años un lugar preciado, a la espera de ser leídos por un rayo láser. Estaba seguro que finalmente podía dar forma a una colección que sería herencia preciada para mis hijos.

            Uno a uno escuchaba la música que guardaban las diminutas obleas plateadas, y cuando había la oportunidad compraba nuevos integrantes que acomodaba con singular esmero en el espacio predilecto que les hice en el estudio. Lucían sin duda como algo mágico.

            Hasta que llegaron unos artefactos semejantes a una cajita de chicles que podían almacenar prácticamente la colección entera de discos, de tal modo que ya no había necesidad de traer uno solo de los círculos de plata. Sin embargo, pensé, tengo en mi posesión los originales y eso sí que es un tesoro.

            Y de pronto sucedió lo que debía suceder: en internet surgió una rocola gigantesca, monstruosa, capaz de buscar y poner en pocos segundos al artista, la pieza musical que se nos viniera a la mente. El progreso, la modernidad, de pronto acabaron con el valor que le había otorgado a los 500 o 600 cd que creía eternos.

            En el aire, sin necesidad de libreros, menos de estuches, transitaba la música, toda la música que podía imaginar. Me gustara o no, la herencia que guardaba con celo en un lugar especial de la casa había perdido su valor fundamental.

            Supe, ya con José Alfredo en turno de la lista en spotify, que las ciudades acaban las costumbres, y la tecnología gustos de viejos que insisten en guardar lo que un tiempo iluminó su vida.

            Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta

           

           

Related posts