La desconfianza está prendiendo y el peso, la octava divisa más líquida del mundo, lo sufre. La posibilidad de que la Reserva Federal aumente tipos de interés esta semana amenaza con disparar la volatilidad financiera y facilitar la salida masiva de capital hacia EU en detrimento de los países emergentes.
Trump, el otro gran espectro mexicano, avanza con pasos firmes en la campaña y, de momento, nadie le ha tumbado. Y el petróleo, el principal combustible de las arcas públicas mexicanas, sigue en horas bajas, obligando al Gobierno a ahondar recortes y, a la postre, a limar su crecimiento.
Las cifras pueden ser malditas. México lo aprendió ayer. El peso rebasó por primera vez en la historia el límite psicológico de las 20 unidades el dólar. Aunque sólo fue en la ventanilla de los bancos y en una horquilla que apenas llegó a 20,09, la barrera que todos temían ha sido cruzada.
La vertiginosa depreciación, acelerada por el avance de Donald Trump y la crisis del petróleo, está llevando al país a una zona turbulenta. Y lo que es peor, ningún experto está seguro de cuál es el límite.
En lo que va de año, la divisa se ha depreciado más de un 20% frente al dólar. Y en una sola semana se ha convertido en la moneda más golpeada de los países emergentes. El huracán ya ha puesto en duda las previsiones gubernamentales de un cambio de 18,2 pesos el dólar para 2017. Pero ante todo ha destapado las presiones a las que está sometido México.
Siendo una de las economías más fuertes del hemisferio, con tasas de crecimiento superiores al 2%, muy por delante de Brasil y Argentina, el país no logra disipar las dudas sobre su salud. De poco ha servido que tenga la inflación varada por debajo del 3% ni que las remesas de sus emigrantes hayan crecido al 7,5% y superen, gracias a la caída del peso, los 15.000 millones de dólares sólo de enero a julio. Ni siquiera vale que su sector exportador, volcado al 80% en EU, se beneficie como nadie en el planeta de esta depreciación.