HOMO POLITICUS
La mañana del 11 de septiembre de 1973 el Presidente Salvador Allende Gossens, moría en Palacio de La Moneda, Chile entraba en la desolación y la amargura; sus palabras, eran recibidas con tristeza por mi familia y por las de millones de chilenos que sabíamos que estábamos por vivir horas aciagas y muerte.
Allende moría defendiendo la democracia ante el golpismo de los milicos encabezados por Pinochet. El Presidente Allende sentenció en su épico discurso de las Grandes Alamedas: “ Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.”
Mi padre perteneció al GAP (Guardias amigos del Presidente), era muy joven y con un espíritu comprometido al gobierno de Salvador Allende.
Después del Golpe de Estado, como miles de chilenos fue perseguido y se vio obligado a pasar al exilio, donde generosamente fue recibido por el gobierno de México. País que solidariamente, le permitió a la diáspora chilena iniciar una nueva vida. La mayor parte de los chilenos que llegaron a México emigraron a Europa y Canadá, pero los que se quedaron acá, emularon a la diáspora española de la guerra civil en época del Presidente Lázaro Cárdenas, ya que eran profesionales e intelectuales que lo mismo se ubicaron en universidades como en empresas.
Muchas horas de nuestras vidas mi padre y yo conversamos de lo que nos había sucedido. Mi padre era reservado sobre muchas cosas que vivió durante la represión de la dictadura de Pinochet, porque le dolían y solía quebrarse cuando hablábamos, porque mi padre sabía de la muerte y la tortura a que fueron sometidos muchos de sus compañeros, quienes pasaron a campos de concentración y casas de tortura, como lo fue el Estadio Nacional o Villa Grimaldi; lo mismo que me pasaba y me pasa a mí.
El exilio resultó un viaje sin retorno. Nunca volvimos a vivir en Chile, sólo fuimos de visita y nuestra familia se fracturó, tuvimos que ser fuertes, tuvimos que abrirnos paso y esto no fue nada fácil.
Mi padre, Carlos Germán Barra, de quien llevo con orgullo y humildad su nombre, falleció al igual que mi madre Paulina Mónica Moulain en México. Al igual que otros chilenos, jamás regresaron a su país, no tienen una tumba, no cuentan con un epitafio, sólo están en mi mente y corazón.
Hoy cuando recuerdo ese 11 de septiembre, no puedo dejar de pensar en mis padres, no puedo evitar pensar que lo perdimos todo; incluso, nuestra patria. Nunca tuvimos una vida normal, el peso de la nostalgia y la desolación nos hizo anclarnos en nuestros recuerdos; nos hirió el destierro, el cual asumimos con valor, pero las huellas que nos dejó nunca se borraron.
Mi padre fue un hombre humilde y sencillo, de singular alegría y comicidad, los que lo conocieron lo estimaron; hacía amigos con facilidad y le agradezco su amor y compañerismo; me hizo un hombre de bien y me abrió un futuro con el trabajo de esas bellas manos que construían lo mismo una artesanía que una casa.
Te agradezco papito tu sacrificio, te agradezco que lucharas en contra de la dictadura, te agradezco la vida que hoy llevo por ti.
Jamás ese 11 de septiembre te derrotó. Pudiste ver el retorno de la democracia en Chile, pudiste tocar tu tierra nuevamente, con el paso firme de los grandes hombres, para los que las grandes alamedas, siempre se abren para construir una sociedad mejor.