DOXA Y EPISTEME.

“Pobre México, tan lejos de Dios
y tan cerca de los Estados Unidos”.

Nemesio García Naranjo.

Según su grado de profundidad y su aproximación a la verdad, los griegos diferenciaban dos conceptos: doxa y episteme.  La primera era opinión; conocimiento superficial, parcial, limitado… con base en percepciones sensoriales, primarias, ingenuas… se trataba de conocimientos empíricos, engañosos e incluso falsos; se consideraba un conocimiento inferior, característico de la gente poco instruida, inculta.  Era el saber vulgar.

Episteme, por el contrario, se traducía como conocimiento científico, una aprehensión que penetraba hasta las causas y fundamentos de las cosas; objetiva, medible con parámetros lógicos y racionales…

En la actualidad se confunden ambos niveles; la gran masa no tiene idea de su diferencia; inclusive, en encuestas, entrevistas y otros instrumentos de medición de los fenómenos sociales, el sujeto activo pregunta: ¿Qué opina Usted de…?  Y no ¿Qué sabe Usted de…?  Esto es preocupante, sobre todo cuando se emiten juicios de valor.

En plática de café con un reputado médico pachuqueño, tocábamos el obligado tema de lo que es, en este momento, deporte nacional: ¡Péguele al Presidente!  Hablábamos de las formas tan vulgares y ofensivas que algunos “periodistas”, dirigentes partidistas, “artistas”, “cineastas” y otros “líderes de opinión”, bajo la cómoda impunidad de una mal entendida libertad de expresión, a la menor provocación, vomitan bilis, odio, rencor y otras vitriólicas (aunque el adjetivo no guste a Javier Peralta) sustancias, en contra de quien, se acepte o no, es el Presidente de todos los mexicanos.

De manera similar, por reflejo condicionado, en ciertos experimentos científicos, los ejemplares cánidos de Pavlov (fisiólogo y psicólogo ruso), involuntariamente segregaban jugos gástricos al sonar una campanilla; pues previamente se programaba la asociación entre el retintín y la llegada de su alimento.

Buena parte de nuestra sociedad, responde al mismo tipo de estímulos: cualquier noticia en torno a lo que el Presidente hace o deja de hacer basta para desatar a la jauría.  Por ejemplo, la invitación a los candidatos presidenciales de los Estados Unidos para visitar nuestro país y la inmediata aceptación del demente Donald Trump, desencadenó verdaderos diluvios de tinta y adrenalina.

Es claro que la mayoría de las descalificaciones son opiniones.  Según el criterio griego, se ubican en el doxa; superficial y tendencioso nivel de “conocimiento”, el cual se toma por algunos como dogma de fe.

Pregunto: ¿Cuántos expertos en Derecho Internacional Público existen entre millones de mexicanos?  ¿Cuántas críticas tienen sustento epistemológico?

Es impresionante cómo se estigmatiza a algunos personajes por desconocimiento de su circunstancia histórica y política; de manera especial cuando se trata de asuntos internacionales.  Claro ejemplo de esta afirmación la encuentro en el oportunismo que la iglesia católica y grupos conservadores que aún existen en México manipulados por ella.  Hasta la fecha pretenden imponer a Don Benito Juárez la etiqueta de traidor, por la firma del Tratado McLane-Ocampo, documento que jamás llegó a tener vigencia jurídica, gracias a la visión del Presidente y de su Secretario de Gobernación, Don Melchor Ocampo: Doctor en Derecho Canónico y Asuntos Internacionales.  ¿Cómo es posible pensar con un poco de seriedad que una voluntad de hierro y un genio del Derecho, firmaran un documento de tal trascendencia, sin estar seguros de sus nulos efectos?  Tal criterio sólo es atribuible a la ignorancia o a la mala fe.

El historiador y narrador Enrique Serna en su novela histórica “El Seductor de la Patria” pone en labios de un decrépito Antonio López de Santa Anna las siguientes palabras: “- ¿Quién es ese viejito?  – Oí que le preguntaba un mocoso a su padre.  – El que vendió la mitad de México.  Otros me decían por lo bajo: traidor, canalla devuelve lo que te robaste…  Tú sabes cuánto me perturban las opiniones adversas sobre mi figura pública.  Desearía ser mejor comprendido; que la gente me condene o me absuelva, pero con mayores elementos de juicio.  ¡Vender yo la  mitad de México!  ¡Por Dios!  ¿Cuándo aprenderán los mexicanitos que si este barco se hundió no fue sólo por los errores del timonel, sino por la desidia y la torpeza de los remeros?”

Algunas preguntas surgen en relación con el repudiado visitante: ¿Por qué se le invitó si es un contumaz detractor de México y de los mexicanos?  ¿Por qué en vísperas del informe presidencial?  Las respuestas que el vulgo pretende dar, se ubican en una gama tan amplia como inverosímil.  Sólo existe en ellas un elemento común: ¡Peña Nieto es culpable!  Después una larga lista de epítetos ofensivos; de una prolongada y colectiva vorágine de odios gratuitos.

El único responsable de nuestra política exterior es el Presidente de la República.  Ningún estadista toma decisiones que signifiquen su suicidio.   Los profanos en materia de Derecho Internacional, carecemos de elementos informativos para juzgar los motivos de estas decisiones, para diagnosticar y/o pronosticar sus consecuencias.  En este asunto aún no se ha escrito la última palabra.  Trump exhibe de manera cotidiana su doble personalidad, su falso discurso.  Sus electores potenciales y el orbe entero advierten que no es confiable.  Importantes medios de comunicación en todo el mundo (que, por supuesto, se ignoran en México) otorgan a Peña los más positivos comentarios.  El repunte en las encuestas del nefasto republicano, puede ser coyuntural, efímero.  Falta también conocer si la Señora Clinton, aceptará la invitación y, en su caso, cuales serían los resultados de esa segunda visita.

Hoy por hoy, todo juicio o prejuicio negativo, contribuye a deteriorar tan elevada investidura, cuyo portador de manera valiente da la cara.  Algunos de sus colaboradores, miembros del Congreso de la Unión y periodistas también se atreven a defenderlo, con cierto temor por el inminente linchamiento de la manipulada masa.

Todos debemos tener presente que la debilidad del Presidente, es la nuestra.  No seamos como los parásitos, que destruyen al organismo que los nutre.

Septiembre del 2016.

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