
Pido la palabra
¿Qué somos capaces de hacer para tener un país con mejores condiciones de vida y relaciones sociales?, ¿somos conscientes de que de alguna manera somos parte del problema y por ello también parte de la solución? El primer paso para resolver un conflicto es reconocer su existencia y el grado de involucramiento de cada uno de nosotros.
La tendencia natural es intentar evadir las responsabilidades en las que se nos acrediten detrimento a terceros, ya sea tratando de justificar nuestros actos con argumentaciones, la mayoría de ellas débiles; o bien, resbalando la responsabilidad hacia otras personas que, se sabe, no podrán defenderse debidamente; en este caso solemos decir que siempre le cargamos las pulgas al perro más flaco.
Lo cierto es que en la mayoría de los casos tratamos de culpar a otro u otros de lo que nos pasa, y pocas veces vemos en nuestro interior la posibilidad de culpa o dolo, pues para disolverla contamos con un tremenda catalogo de excusas.
Culpamos al maestro que nos reprobó en alguna materia y nos olvidamos que éste solo plasma en una boleta el grado de involucramiento y compromiso que nosotros pusimos en el estudio; reclamamos airadamente incluso hasta el grado de argumentar que no nos quiere y por ello su mala fe al reprobarnos; muchas personas son de mentira fácil con tal de conseguir sus objetivos, sin importar si en ello se les va el manchar prestigios.
Culpamos al Gobierno por las inundaciones que en cada época de lluvias tenemos que soportar en nuestras calles; pero en ningún momento nos acordamos que las coladeras se tapan por la bestial tendencia de tirar nuestra basura en cualquier lugar, menos en el bote colocado para tal efecto.
Culpamos al corrupto policía que nos insinúa la mochada para el “chesco” con tal de no levantar la boleta por alguna infracción al reglamento de tránsito, pero no dudamos ni tantito en materializar esa insinuación con una “Sor Juana” si con ello nos evitamos “perder” el tiempo al ir a pagar formalmente la multa a que nos hemos hecho merecedores por nuestra negligencia.
Nos quejamos de gremio de los chafiretes por convertir a las unidades de transporte público en autos de carreras, poniendo en riesgo a los usuarios; pero no reconocemos nuestra indolencia al no denunciar esas conductas de los amos del volante; salimos con el consabido “¿para qué?, o simplemente con la frase del “hay que ver eso”; pero “eso” nunca lo vemos y hasta ahí se quedó nuestra inconformidad, hasta la siguiente vez que nos volvemos a subir a los microbuses émulos de los deportes extremos; nos hemos mimetizado en el símbolo de la conformidad y “la dejadez” .
Nos quejamos de los políticos diciéndoles que son corruptos, rateros, tranzas, mentirosos (solo por citar algunos epítetos que los susodichos se han ganado a pulso con sangre, sudor y lágrimas); pero nos olvidamos que ellos no llegaron solos a ese lugar desde donde ejercen sus funciones como servidores públicos; fue con la ligereza de nuestro voto la que los ubicó en el castillo de la pureza.
Nos quejamos de la compra de votos, se dice, mediante dinero, despensas, materiales para construcción, o simplemente por sombrillas y tortas, pero al final, nosotros fuimos los que votamos y quienes tuvimos la oportunidad de mandar al diablo a aquel que hubiese querido corromper nuestra voluntad, pero al final… muchos dirán que la carne es débil; y esos seguramente serán los primeros en quejarse.
Nos quejamos de que nuestros hijos viven en una generación perdida en el internet y que por ello han abandonado la necesidad de leer para incrementar su capacidad comprensiva; pero como padres lo primero que hacemos para evitar interrupciones en nuestras actividades es dejar que los jóvenes se pasen las horas frente a una pantalla de computadora, buena niñera de la que después despotricamos.
Por todo ello, resulta urgente hacer conciencia de nuestro grado de involucramiento en este estado de cosas, pues el cerrar los ojos a nuestra realidad es una gravísima omisión que nos convierte en responsables solidarios.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.