Obscenidad

Obscenidad

El faro

Nuevamente surge esta palabra de lo profundo de mi mente para dar nombre a la realidad que me toca observar. Ya ha aparecido en alguna otra de nuestras columnas. Es un término que el autor francés Jean Baudrillard utiliza en su filosofía para designar la tendencia moderna fundada en la omnipresencia de los medios en la vida del ser humano y en el deseo de hacer presente mediáticamente lo que hasta no hace mucho tiempo se guardaba en la interioridad de las personas o de los hogares. A esta tendencia de los tiempos modernos podemos sazonarla con la cercanía que lo obsceno, es decir todo, tiene con su capacidad de generar dinero y las ganancias crematísticas. Ya tenemos dos elementos estructurales del sistema consumista presente.

¿Y por qué comienzo con el párrafo anterior? Normalmente veo con mucha frecuencia los noticieros españoles. Me gusta asomarme a lo que acontece en otros países y conocer lo que es preocupante para personas de otras nacionalidades, en este caso de España y de Europa. En el noticiero de hoy a las 9 pm, mientras se desgranaban las actividades relajantes de los candidatos políticos que se juegan su futuro en las elecciones veraniegas de mañana, se colaron dos noticias que tenían que ver directamente con nuestro México. Resultó, sin querer queriendo, que México se convirtió en punto de preocupación para los europeos. 

La primera de ellas me llamó la atención porque, mientras yo estaba haciendo otra cosa al mismo tiempo que escuchaba el telediario, el lenguaje mexicano se apropió del canal español. Una muchacha gritaba, fuera de un bar en Sonora, mientras las llamas consumían a 11 personas que estaban en su interior. Cuando menos esa voz gritona, hacía presente un sentimiento: miedo, coraje, angustia, enojo…

La segunda de ellas tenía que ver con las imágenes en un campo de fútbol, en Ciudad Obregón, también en Sonora. Un jugador se había lesionado, se tiró en el suelo, el encuentro se detuvo y los demás compañeros atienden sus dolencias en la pierna. Hasta aquí todo normal, como en cualquier otro partido de fútbol de cualquier otro lugar. A cámara fija, sin movimiento ni giro de grabación, se oyen sumamente cerca 10 descargas de arma. Fueron 10, ni una más ni una menos. Aquí no hubo emoción alguna. Si hubieran quitado el sonido, no se hubiera notado que acababan de matar a uno de los segundos entrenadores en su propio banquillo con toda la impunidad y tranquilidad del mundo.

Curioso que ni los jugadores, ni el árbitro, ni el comentarista, ni la mayoría de quienes aparecían en las imágenes se sorprendieran o temieran o se alejaran. Toda la escena se desarrollaba de manera cotidiana. Termina el partido y el comentarista anuncia con voz tranquila que ya se van porque quizá las cosas se pongan peores. Y ya está.

En la grabación aparece, indirecta pero incisivamente, la muerte de alguien. No importa quién, porque no se le enfocó. No le importó a casi nadie, porque nadie reaccionó. A nuestros ojos una muerte más de tantas y tantas que no vemos y ante las que no reaccionamos. Las tenemos obscenamente ante nosotros, pero miramos a otro lado pidiéndole a Dios que no nos toque a nosotros, porque la suerte o mala suerte nos puede alcanzar en mitad del cementerio de vivos en que México se está convirtiendo. Lo vemos, lo creemos y seguimos en la vida. Está en nuestras narices, mas esperamos que no nos toque ni verlo ni sufrirlo.

Related posts