FAMILIA POLÍTICA
“Por engendrarse en ciertas sociedades, en un
momento dado, el ambiente es nauseabundo”.
PGH
La frase que da título a esta columna apareció en Hamlet, drama escrito por el célebre dramaturgo William Shakespeare en 1601. Es una cumbre de la literatura universal. En una escena, sobre la explanada del palacio real de Elsingor, el Príncipe Hamlet escucha a su centinela Marcelo pronunciar la frase que se hizo célebre: “Algo huele mal en Dinamarca“. Después, el fantasma del Rey, su padre, se presentó para hablar con él e informarle que acababa de ser asesinado por su hermano Claudio, quien usurparía la corona y se casaría con la reina viuda.
En aquel episodio trágico se originaron esas palabras; con ellas, en la vida política se designan, hasta la fecha, las cosas que no marchan bien por causa de la corrupción, la violencia, la ineptitud y otros vicios inherentes.
Resulta difícil diagnosticar la gravedad de esa sensación y más aún, pronosticar las consecuencias que ese fenómeno traerá consigo al explotar, en perjuicio de la sociedad que lo percibe. Peor aún, es admitir que los hechos acaecieron en un castillo danés hace más de cuatrocientos años y, sin embargo, la frase tiene vigencia en nuestro tiempo y lugar: “Algo huele mal en México”.
Para medir la opinión dentro de una sociedad, hay que tomar en consideración su circunstancia, en el sentido de Ortega y Gasset: Historia, antecedentes inmediatos, influencia religiosa, ejercicio del poder… Vivimos en la era de las encuestas; estas se manifiestan de diferentes maneras. Desde el rudimentario procedimiento de la mano alzada, hasta los sofisticados sistemas que, no por complicados, garantizan resultados que se apeguen fielmente a la realidad. El fenómeno político es tan complejo que aún con las más modernas herramientas para medir la opinión colectiva, las equivocaciones estadísticas suelen fallar estrepitosamente. Por otro lado, el ciudadano de a pie, el que vive de manera cotidiana la realidad en los diferentes sistemas de su vida en sociedad, sin otro instrumento de medición que su sensibilidad, puede percibirla en toda su intensidad y evaluarla con alto índice de pragmatismo, ese ciudadano es quien puede decir con mayor certeza que “algo huele mal en su entorno”.
Faltan varios meses para la elección del 2024 y se respira un ambiente ya muy caldeado. Los medios de comunicación, las redes sociales, las charlas de café, las reuniones sindicales, deportivas; las juntas políticas de mujeres empoderadas, en vías de empoderamiento y hasta dentro de los simples grupos de damas religiosas, buena parte de la temática se relaciona con los personajes de moda: que si “ya sabes quien” dijo en su programa mañanero, tal o cual cosa; que si emerge poderosa la figura de una mujer indígena contestona, mal hablada y honrada a carta cabal, llegar a la cima con todas sus virtudes y ninguno de sus defectos; los ataques furibundos a periodistas, opositores, empresarios y adversarios, reales o supuestos, llenan también las pantallas de televisión y enrarecen el ambiente aún sin proponérselo. Hay que entender que una gran parte de ciudadanos no lee, no se preocupa de manera consciente de los temas políticos, pero la apabullante cantidad de información y desinformación, hace que aún los más escépticos y apolíticos se informen (o desinformen) y adopten una posición clara que habrán de llevar a las urnas. Muchos de los que hace seis años se dejaron arrastrar por la vorágine de un cambio sin rumbo, se están dando cuenta diariamente de que votar por votar no es redituable y de que gobernar no requiere solo de buenas intenciones. Hay que saber gobernar y eso lo deben hacer los profesionales.
Se puede argumentar que cada seis años es lo mismo y tal vez haya para ello cierta razón: si retrocedemos a fines de la década de los sesenta, cuando el ambiente aún olía a pólvora y a sangre de Tlatelolco, la fuerza y la organización del partido casi único logró llevar Luis Echeverría Álvarez a la Presidencia. El callado Secretario de Gobernación de Díaz Ordaz, se transformó en locuaz demagogo que, con la consigna de “Arriba y adelante” y el impulso internacional de México. Dejó su huella en la historia sin mayores consecuencias. Después, López Portillo recordó a la opinión pública que “La solución somos todos” y luego de gobernar, entregó a México en un caos económico. El austero estilo de Miguel de la Madrid, logró enderezar el barco. En estas tres sucesiones, los cambios presidenciales se realizaron sin problemas, sin violencia; México se sintió preparado para la modernización a ultranza que impulsó Carlos Salinas de Gortari; la época de los llamados tecnócratas, alcanzaba su máxima expresión, hasta que al final, el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el asesinato de Colosio y la rebelión del grupo de Camacho Solís, fueron sucesos que ya auguraban el fin de la época del partido casi único, vigencia que se prolongó por el martirio de Luis Donaldo, que permitió el advenimiento del oscuro tecnócrata Ernesto Zedillo, quien perdió la Presidencia de la República en la persona de Vicente Fox. Es importante aclarar que la figura del candidato impactó a la opinión pública; en la calle, en las casas, en los medios, en las pláticas de café y en todos lados se advertía lo que parecía imposible y Fox pronosticaba: “Sacaré al PRI a patadas de Los Pinos”. Repito: después de varios años de “priato”, algo olía mal; la gente lo detectó y votó por el carismático guanajuatense. El panismo se prolongó por un sexenio más, predecible en la calle su triunfo antes de la elección. Pero la gris figura de Felipe Calderón no logró contrarrestar al joven, carismático Gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, quien arribó al mandato con una de las votaciones más altas de la historia y con la seguridad de que podría reivindicar al priísmo para que durase varios sexenios más en el poder; la decepción del peñanietismo fue clara y dolorosa para los priístas; una serie de acontecimientos incidieron en la circunstancia nacional, los desaciertos en las decisiones, la falta de unidad en el gabinete, los escándalos de corrupción y la pujanza mesiánica del líder indiscutible de las izquierdas, lograron llevar al punto máximo la percepción de que “algo olía mal en México” y que ese mal olor habría de traducirse en votos en favor del “iluminado” personaje de la izquierda. Los que tenemos presente la famosa frase “Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, no podíamos concebir el triunfo de López Obrador aquí, en el patio trasero de la gran potencia norteamericana. Recuerdo que un apreciado ex Gobernador de Hidalgo, me dijo “Va a ganar el Peje”, obviamente no lo creí, hasta que la percepción a priori, se hizo experiencia.
Cinco años después el fenómeno tiende a repetirse. Lo que al PRI le llevó noventa años, lo está logrando su sucesor en un lustro: la administración pública es un caos; la fortaleza de las instituciones está en entredicho; la armonía entre los tres órdenes de gobierno y los tres poderes, es poco menos que inexistente. El titular del Ejecutivo sigue gobernando desde sus “mañaneras”, sitial que le sirve para regañar y en su caso, denigrar a sus adversarios, así como glorificar a sus amigos y partidarios.
Hasta hace unos cuantos meses, todo parecía transcurrir dentro de los planes trazados por quien debería ser el Jefe de las Instituciones Nacionales: centralismo, autocracia, burla y ataque sistemático a los adversarios. Todo parecía favorecer la prolongación de un estilo personal de gobernar. La ausencia de una figura relevante en las filas de la oposición, parecía condenar irremisiblemente a la República, a repetir su historia. De pronto surgió una efigie femenina, con todas las características deseables por cualquier partido político. Todo parecía indicar que el sistema había engendrado una oposición a su medida. Esperemos que Xóchitl trascienda los cercos rodeados de tiburones, para llegar al día de la elección en paz y con la confianza en la capacidad democrática del pueblo de México. Ni cárceles ni violencia deben amedrentarla. Va por México y es valiente.