CUANDO LOS GOBIERNOS SE CORROMPEN.

“¿No tiene predisposición a la tiranía todo hombre?
¿No se imagina alguno, capaz de mandar
sobre los hombres y aún sobre los dioses?”

Platón.
La República, libro IX.

Aunque parezca un contrasentido, una aberración, la Democracia puede engendrar entes que son su propia negación: los tiranos.  Al estudio de esta figura, Platón dedica el libro IX de La República; es un diálogo entre su maestro, Sócrates y Glaucón, su hermano.

Es sabido que Platón, como político práctico fue un auténtico fracaso: primero aceptó una invitación de Dionisio, tirano de Siracusa  quien le propuso poner en práctica sus ideas; por defenderlas, el opresor lo vendió como esclavo.  Tras recobrar su libertad por un golpe de la fortuna, la historia se repitió años después con el hijo del déspota: fracaso total y destierro.

El mundo político del creador de la Academia estuvo y está en las ideas; en el Topos Uranos, no en el mundo sensible.

Aunque la clasificación de las formas de Gobierno trascendió más por el pensamiento frío y sistemático de su discípulo, Aristóteles, el fundamento del desvío teleológico en los diferentes sistemas de poder es el mismo: el exceso, desviación que hasta a la virtud convierte en vicio.

Según estos pensadores, el Gobierno puede recaer en un hombre, en pocos o en todo el pueblo:

Un solo individuo puede mantener los ideales de la Monarquía pura.  En la Literatura por ejemplo, la novela Príncipe y Mendigo de Mark Twain; exalta esta figura: el soberano se disfraza de mendigo y sale por las noches a compartir con su pueblo la vida cotidiana; detecta las injusticias y las resuelve al recobrar su identidad de Jefe de Estado; así rompe el círculo de aduladores que distorsiona la visión del poderoso y lo hace mirar a sus gobernados, única y exclusivamente a través de un cristal convenenciero.  Características de todo monarca deben ser la sabiduría y la moderación.

Las lisonjas, los halagos, los intereses creados, la carencia de compromiso social además de las propias ambiciones, suelen hacer que el gobernante se eleve a sí mismo a la categoría de Dios: omnipotente, omnipresente, infalible, omnisciente…  Síntesis de este Síndrome es la frase de Luis XIV, el Rey Sol: “El Estado soy yo”; esto es: “Yo soy la Ley; yo soy el pueblo; yo soy el territorio.  Nada ni nadie está por encima de mí”.

El español Felipe II también responde a este paradigma con su afirmación: “En mis dominios nunca se oculta el sol”.  Todo exceso está lleno de impurezas.

Aristos, en griego significa, lo mejor.  La Aristocracia es, por tanto, el gobierno de los mejores.  Platón decía que éstos eran los filósofos; los hombres de oro; los de plata serían guardianes; es decir, militares, la fuerza al servicio del Estado.  Toda la estructura social tendría que descansar en los individuos de bronce: el pueblo, los esclavos…  Esta forma de gobierno, cuando mantiene su pureza es buena, lo malo llega con la corrupción, el nepotismo, los abusos, los excesos…  La Aristocracia se transforma en Oligarquía; en ella, unos cuantos gobiernan, pero ya no son los mejores, ni las finalidades del Estado (telos) conservan sus valores originarios.  Los intereses de grupo se ubican por encima de la colectividad y del propio concepto de patria; unos pocos detentan la riqueza y muchos apenas alcanzan a sobrevivir de manera miserable.

Grecia fue la cuna de la Democracia.  Sus propias raíces etimológicas transmiten la idea que inspira a esta forma de gobierno en su pureza ideal: el gobierno que surge del pueblo; se elige por el pueblo y se instituye para servir al pueblo.

Decía Sir Winston Churchill: “La democracia es el peor de los sistemas políticos  posibles… Con excepción de todos los demás”.

Miles de páginas se han escrito en relación con sus ideales; también en su nombre sangrientas guerras han teñido de púrpura casi todas las regiones del orbe:  Democracia y Libertad son dupla axiológica de la más alta jerarquía.

Pero nuevamente las sombras del exceso se ciernen sobre la pureza doctrinaria de una modalidad de gobierno teóricamente perfecta.  Los fantasmas de la corrupción; los intereses de grupo, la difamación, el mesianismo…  Toman la calle, agreden a las instituciones (básicamente las educativas), golpean el patrimonio nacional y destruyen bienes privados, que no siempre pertenecen a los “usufructuarios de la explotación burguesa al proletariado”, son modus vivendi de artesanos, pequeños comerciantes, transportistas y, finalmente, del pueblo en general que se convierte en rehén de grupúsculos violentos, los cuales, en nombre de la democracia, luchan contra ella, buscan erigirse en gobierno, por conducto de un mesías oportunista que, cual Dios todopoderoso, se da el lujo de perdonar “a priori” a todos los que somos integrantes de lo que él llama “la mafia del poder”; o sea: “los que no estamos con él, estamos contra él”; pero es magnánimo.

Una gran parte de la población celebra cada golpe que reciben los poderes legalmente constituidos, por privilegiar el diálogo al uso de la fuerza pública.  Lo que pocos pensamos es que si desaparece el Gobierno, el Peje, los de la CNTE, el EPR y otros grupos proclives a la violencia serían el poder; serían el Estado.

¿Se imaginan a Rubén Núñez como Secretario de Educación Pública?  ¿A Flavio Sosa en Gobernación?, ambos bajo las órdenes de su Presidente, el democrático Señor López.  Parece una comedia, pero sería una tragedia para todos.  Baste echar una mirada al drama actual de Venezuela, bajo Chávez y Maduro.

Los momentos que vive México están más allá del chacoteo en las redes o en las mesas de café.  Más allá de las críticas antisistémicas…  Por cuestiones de sobrevivencia, el Estado de Derecho tiene qué restaurarse.  Parece una cuestión fatal, inevitable, que la sangre llegará al río, salvo que el exceso de tolerancia conduzca al país a la anarquía como etapa previa a una dictadura de cualquier signo.

Muchos frentes se siguen abriendo: profesores, clero, normales rurales, crimen organizado, rebeliones contra gobernadores, ausencia de credibilidad y hasta recomendaciones de la CNDH.

Los escenarios son espeluznantes, pero nuestra confianza en los valores patrios es sólida y con fundamento histórico.

Agosto del 2016.

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