Nubarrones

Nubarrones

OPINIÓN

  • En ocho días no me he cansado de leer, subrayar y masticar palabras, frases y párrafos memorables

Cuando llegan los nubarrones, y no me refiero a estos de los últimos días que prometen la tan anhelada lluvia (y la están cumpliendo con creces), sino a aquellos que conspiran contra la luminosidad de la vida. Los mismos que se hermanan con la mítica nube gris que tan bien identificara y cantara “un tal” José Alfredo.

Sí, esa patina triste-dolorosa-melancólica que va engrosando y engrosando y amenaza con sepultar el ánimo y el presumido espíritu de lucha. Pues sí, cuando esos nubarrones amenazantes originan el sonar sin fin de las alarmas; sin pérdida de tiempo hay que viajar, organizar una tertulia con los amigos o acudir a la Gandhi más cercana a efecto de renovar la materia de la que están hechos los sueños.

Me lancé en pos de esa última opción, y como los libros al igual que la poesía son de quien los necesita, en minutos salí de la librería con una biografía sobre Voltaire, otro más de la saga de Bolaño -que pena, ya me van quedando pocos que descubrir de este enorme autor- y… tan-ta-ta-taaaan, también llevaba, nada menos que: ¡“Las cartas del Boom”!

Tanto abrevar en la gloria de las letras de Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa y ahora tener la oportunidad de atisbar en el cúmulo de correspondencia que se cruzaron entre sí esos grandes escritores, esos grandes amigos –claro, hasta que duró la amistad-.

En ocho días no me he cansado de leer, subrayar y masticar palabras, frases y párrafos memorables contenidos en esa correspondencia, y que nos descubren las profundidades de la escritura de los integrantes del Boom, así como los mil avatares a los que se enfrentaron en el día a día de su formación y en el año a año de su consagración como escritores. Nada menos que dos premios Nobel y dos que, con justicia, pudieron serlo. 

¡Guau! Una y otra vez las maravillas de la literatura nos sorprenden, nos dan respuesta a las interrogantes que la vida nos plantea e igualmente, nos dan materia para renovar ante la vida nuestras propias interrogantes. Y todavía va más allá; de pronto en la soledad sentimos el manto con el que una invisible compañía nos va cubriendo, y en un momento de reflexión identificamos que son las ideas y los pensamientos, contenidos en las páginas que hemos devorado, los elementos que nos marcan camino, nos proporcionan cobijo y renuevan la esperanza.

Casi quiero gritar: ¡viva la lectura! Porque como dijera el poeta, los libros le ponen color y calor a aquellos momentos tétricos en los que en ocasiones la vida nos sumerge. Nunca lo olvides, en los libros están los brillantes soles que desaparecen la negrura de los nubarrones.

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