LAGUNA DE VOCES

•    El alma del pecho

Lejos de cualquier luz de la ciudad esperaba encontrar sosiego a la locura que empezó a invadirlo una mañana en que descubrió que había perdido toda voluntad sobre su alma. Es decir que podía caminar de un lado a otro, trabajar, ir al cine algunas tardes, apagar la vela de su pastel por un nuevo año cumplido, pero cuando se trataba de organizar esa parte que lo convertía en ser humano, resultaba claro que era una tarea imposible de llevar a cabo.
    Achacó los inútiles esfuerzos por la vorágine que es la ciudad, las prisas, el mundanal ruido que nunca terminaba, además que no tener ninguna autoridad sobre su alma había empezado a causarle problemas que nunca pensó siquiera que existieran. El más grave es que se había enamorado de la vida y eso, además de cursi, derivaba en un continuo estado de somnolencia.
    Dormir despierto era una constante, y como los sueños siempre reflejan al ser humano que se quiere escapar del caparazón en que lo metemos desde la infancia, logró que esa nueva realidad se convirtiera en la mejor posibilidad de sobrevivir a lo que pensó sería un periodo corto del alma descarriada que llevaba en el pecho.
    Pero no sucedió así. Los meses pasaron igual que los años, y se dio por vencido. Que mandara el alma para hacer realidad que alguna vez logró tener amigos del alma, amores del alma, cariños del alma, hasta odios del alma.
    Es decir que de pronto era otro, simplemente otro y la gente que lo rodeaba empezó a notarlo, incluso a tenerle miedo, porque ya no era gracioso que quisiera todo lo que hacía con el alma.
    Así que antes de ser mandado al destierro, se adelantó y argumentó que tenía la cura para esa manía que tanto le molestaba a quienes lo rodeaban: el campo, solo el melodioso cantar de las aves, las estrellas, los árboles, la luna, las nubes…
    Esperanzado salió un viernes de la ciudad donde había vivido toda su vida. Amó con el alma el camino lleno de curvas, el frío que empezó a sentir apenas se internaba en el bosque, el aroma de los pinos.
    Seguro estaba que había encontrado la cura milagrosa para su mágico mal.
    Pero lo asaltaron los recuerdos, del alma por supuesto, y extrañó con el alma lo que había dejado, con la certeza de que el amor que sentía también por el campo le impediría regresar. Es decir que a la mitad del camino decidió no avanzar más, y amar con el alma la extraña sensación de que sus días en la tierra habían terminado.
    Había encontrado la felicidad buscada con tanta voluntad. Había descubierto también que tenía el alma apachurrada en el pecho. Que nada podría empezar para él ni ahora ni nunca. Que debía ser una estatua feliz sin empezar nada, como no sea sentir que al paso de algunas semanas quedaría seco como salea llena de sal.
     De alguna manera el alma se le evaporaría en los calores del mediodía. La vería hacerse nube en el cielo y luego caer en forma de lluvia para hacer pedazos, polvo lo que quedaba de su cuerpo.
    Y empezó a querer con el alma ese destino, el único que se había fincado por querer, por amar con el alma.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@gmail.com
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
Había encontrado la felicidad buscada con tanta voluntad. Había descubierto también que tenía el alma apachurrada en el pecho. Que nada podría empezar para él ni ahora ni nunca. Que debía ser una estatua feliz sin empezar nada, como no sea sentir que al paso de algunas semanas quedaría seco como salea llena de sal.
   
   

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