Caldos de gallina

PEDAZOS DE VIDA

 

I

No tenía cara para hablarle. Estaba más que avergonzado. De tan sólo pensarlo, el color se le subía como flama por la chimenea de los recuerdos, del amor y del fracaso. No tenía las palabras para hablarle, apenas se acercaba y comenzaba a temblar y dudar y volver a empezar.

El nerviosismo era tanto que el simple hecho de pensarlo y repensarlo le hacía caer de nuevo, le hacía regarla por llegar de una forma equivocada. Había fracasado y lo que en un momento le había cegado, ahora le cobraba la factura a un precio muy alto, el abandono, la lejanía, la falta de puentes, la ausencia de todo.

Así que tomó la botella y le dio un trago más mientras esperaba su llegada, ya era de madrugada, el sueño lo venció y cuando despertó, una vez más no tenía cara para reprender al hijo que transitaba por la misma carretera del vicio, así que sólo se limitó a saludarlo y juntos se fueron a los caldos de gallina para aliviar el mal que siempre deja una buena resaca.

II

La carne se le había enchinado. Tenía carne de gallina, el palpitar del corazón era distinto, se había acelerado y estaba a punto de salirse de su sensible cuerpo. De igual forma el gallo mostraba que quería pisar, que tenía ganas de desplumar a la gallina, así que con unos cuantos picos todo comenzó a encenderse, los muslos, las piernas, y la pechuga…

Así comenzó todo, ahora cada uno en su recóndita memoria recordaban aquellos tiempos, en que el gallo quería gallina. A veces con cierto morbo, otras con ternura y con el amor que no se había consumido aún, sin embargo no faltaba la ocasión en el que sentían la vergüenza de lo que de jóvenes hicieron y de la forma en que concibieron a sus polluelos. Ahora cuando sus hijos hablaban de fajes, ni siquiera imaginaban que esa palabra había reemplazado a otra, el buen caldo de los viejos tiempos.

III

Cooococ, cococ  extendía las alas y corría a toda prisa, coc cooc coococ intentaba escabullirse entre las manos de la señora que por semanas le había de tragar. De pronto el jalón, unos pasos, la cubeta y la sangre que del cuello comenzó a escurrir. Pronto estaría en la mesa acompañada de jugo de limón, cebolla picada y un chile morita para dar sabor. 

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