Fin del acto

Historias de Buró

Luego de un mes de estar encerrado, sin comida ni agua, el mago que sólo respiraba a través de un pequeño orificio de la caja parecía estar desfalleciendo.
Veía por aquella rendija que daba justo a la ventana del edificio, pasar a la gente, tan común en su rutina diaria. “Hánikul” como se hacía llamar, había practicado este acto cientos de veces frente al público en sus muchas presentaciones, sin embargo, después de años de trabajo en lugares de baja categoría, por fin le habían dado la oportunidad de que se presentará en un programa de una famosa cadena televisiva.
Una semana antes, se dispuso a mejorar su mayor acto, el escape de la caja de 10 candados. El objeto de un metro de ancho por dos de largo figuraba un enorme y pesado cofre de la antigüedad que sus amigos y familiares que no conocían su profesión, creían era un viejo baúl estorboso.
Por la parte frontal colgaban los candados en línea, cada uno con un tamaño de diez centímetros asegurando que la salida fuera imposible, el truco estaba en la parte de atrás. Un pequeño y débil cerrojo de deslizamiento colocado en el interior abría una rendida de cuarenta centímetros, espacio por el cual escapaba, pero por el tamaño provocaba que al salir se moviera el baúl.
La misma abertura tenía un pequeño orificio de apenas medio centímetro de diámetro donde veía la señal que le hacía la asistente de que podía escapar sin ser visto.
Su novia quien fungía como ayudante lo había ayudado en su carrera por siete años, tiempo en el que siempre esperó abandonara esta profesión y se dedicara a algo más serio. Quería casarse,  una familia, un esposo con trabajo estable y un hogar propio. Hánikul sin embargo, amaba la libertad y la soledad.
El mago se colocó adentro y su novia cerró los candados. Aguardó unos instantes y se propuso a salir, sin embargo encontró la rendija bloqueada, parecía que alguien la había soldado cuidadosamente. Asustado gritó y pidió que lo ayudaran.
Por fuera, la asistente vigilaba cómo el enorme baúl apenas si se movía con la fuerza emitida desde dentro, escuchó atentamente los gritos de su amado por un tiempo y luego se marchó.
Un mes después, Hánikul apenas si respiraba, deliraba por la falta de alimento y se intoxicaba por su suciedad. El pequeño orificio que lo había mantenido con vida le había permitido no perder la cordura distrayendo sus pensamientos con lo que veía a través de la ventana.
Ese día, al tomar su último aliento, notó que en la calle una mujer se detenía a observar la ventana del departamento del  tercer piso; su novia se quedó ahí unos instantes y se marchó. Después de una hora, Hánikul murió.

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