De éxitos y fracasos

De éxitos y fracasos

El Mercadólogo 

Hace unos días se hizo viral en redes sociales la respuesta del jugador de baloncesto Giannis Antetokounmpo a un periodista en la rueda de prensa posterior a la eliminación de su equipo, Milwaukee Bucks. La pregunta era si consideraba que la temporada había sido un fracaso al caer eliminados, a lo que el jugador griego contestó: «No es un fracaso: son pasos hacia el éxito. Michael Jordan jugó 15 años y ganó seis campeonatos. ¿Los otros nueve fueron un fracaso? ¿Eso es lo que me estás diciendo? Es una pregunta equivocada. No hay fracaso en el deporte. Hay días buenos y días malos, a veces triunfas, otras no. De eso trata el deporte: no ganas siempre».

Desafortunadamente, desde hace unos años, hemos permitido que se introduzca en nuestra cultura el concepto de «perdedor» como un insulto más. Además, con el altavoz de las redes sociales, que permiten insultar y menospreciar a otros de manera anónima, se ha hecho más patente la manera de reaccionar entre la gente normal ante resultados deportivos. Contrario a lo que mencionaba el jugador griego, en el momento que un equipo es eliminado de un torneo, o simplemente pierde un partido, comienzan las burlas y los memes hacia los jugadores y sus seguidores.

Aunque la duración de dichas mofas es bastante breve, porque cada semana o cada partido se genera nuevo material, es importante detenerse a reflexionar acerca de lo que dichas burlas dicen sobre nuestra sociedad. Porque, efectivamente, en el deporte es imposible ganar siempre. La razón es muy simple: no eres el único que lo está intentando, y muchas veces, tal vez la mayoría, sobre todo en los niveles de élite, la diferencia entre ganar un partido o perderlo es un detalle mínimo: un pequeño fallo de concentración, un tiro que se desvía ligeramente, un acierto del equipo rival.

Porque, aunque a veces se nos olvide, los deportistas que vemos en los campos de juego o a través de la televisión, siguen siendo personas. Y como tales, pueden cometer errores, pueden tener días mejores o peores, pueden tomar decisiones equivocadas en momentos puntuales, pueden, simplemente fallar. Como todos. Nosotros también, en nuestras labores diarias, nos equivocamos, nos desconcentramos, tenemos días malos. Un mal día no puede ser parámetro para juzgar el rendimiento de una persona.

Para eso existen miles de herramientas de evaluación del rendimiento del personal, que no solo juzgan sus acciones puntuales en un momento determinado, sino toda la trayectoria realizada, su evolución, disposición y aprendizaje. Parte de ese aprendizaje viene, la mayoría de las veces, de cometer errores. Solo hay una persona que nunca se equivoca: la que no hace nada. A partir de ahí, siempre que un trabajador, siempre que una persona, intente algo, existe la posibilidad de cometer un error.

Tenemos demasiado miedo a los errores, al punto de que muchas veces los tapamos con mentiras, generando una gigantesca «bola de nieve», en lugar de realizar un acto tan sencillo como decir: «me equivoqué». Pero, claro, esta frase implica un ejercicio de honestidad, tanto para nosotros como hacia los demás, valor cada vez menos apreciado en nuestro entorno.

Cuanto más rápido interioricemos que los errores son parte de nuestra vida, más fácil será realizar las acciones correctas cuando se presenta uno de ellos. Para empezar, el primer paso no es buscar culpables. Es encontrar soluciones. El segundo paso es buscar el aprendizaje: no tanto encontrar el error cometido para señalarlo, sino para aprender e intentar que, en otra situación similar, la reacción sea diferente, minimizando los fallos. El tercero es pasar página. Agua pasada no mueve molinos: no ganamos nada recreándonos en los fallos, propios o ajenos, al contrario, solo se pierde tiempo.

No es importante no equivocarse, lo verdaderamente importante es aprender las lecciones que esos errores conllevan.

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