Mochilazo en el tiempo
Alberto Meras llegó a vivir a la Condesa hace 30 años. Sus oídos jamás escucharon el galopar de los caballos y tampoco fue parte de la aristocracia porfiriana que presenció el primer Derby mexicano; lo que si escuchó fueron los pasos acelerados que dio el ladrón que después de amagarlo le arrebató 11 mil pesos que acababa de sacar del banco. Don Beto no pudo hacer nada, y entre el susto y el coraje le fue imposible alcanzar a su asaltante, quien corrió por la calle de Ámsterdam, la misma que guarda en su memoria el antiguo Hipódromo de la Condesa, pues conserva la forma oval de la antigua pista de carreras.
En nuestro comparativo se puede observar también la Plaza Popocatépetl, en la colonia Hipódromo. La fuente Art Déco que adorna esta plaza fue construida por José Gómez Echevarría en 1927 y se conserva hasta la actualidad.
– El gran óvalo de la Condesa
En su libro Colonia Hipódromo, el arquitecto Edgar Tavares relata que en 1881 Pedro Rincón Gallardo, regidor del ayuntamiento, propuso que se creara un Jockey Club (asociación deportiva) en el país. Un año más tarde se inauguraría el Hipódromo de Peralvillo que fue el centro de recreación por casi 20 años.
Años después “los jóvenes porfirianos de entonces, se mudaron de Peralvillo a la Condesa, pues el Centro Histórico se había vuelto popular y los hombres en el poder se trasladaron a colonias con más prestigio”, dijo en entrevista con EL UNIVERSAL el escritor e historiador Rafael Pérez Gay, quien durante medio siglo ha sido habitante de este barrio.
En 1902 la Compañía Fraccionadora Colonia de la Condesa S.A adquirió el dominio de los terrenos que formaban la antigua hacienda de la Condesa de Miravalle. Como los trenes no llegaban hasta la entrada del Hipódromo de Peralvillo y la élite tenía que atravesar campos polvosos y la nueva colonia se ubicaba en un mejor terreno, el Jockey Club decidió construir una nueva sede.
Entre los primeros socios de esta compañía se encontraban José Yves Limantour, Guillermo de Landa y Escandón, Enrique C. Creel y Porfirio Díaz, hijo.
Ocho años pasaron y el 23 de octubre de 1910 se inauguró el nuevo hipódromo. Las críticas no fueron buenas, el evento lució desangelado. De acuerdo con la publicación “El Mundo Ilustrado” las carreras de caballos fueron lentas y la aristocracia no se mostró tan emocionada como en Peralvillo.
Así, para generar interés en la sociedad en el nuevo hipódromo se celebró el primer Derby mexicano. La tarde del 6 de noviembre de 1910 miembros del Jockey Club y “toda la buena sociedad” se reunieron en las tribunas de la Condesa para presenciar el acontecimiento.
El resultado fue sorprendente, pues el caballo Tecoat que pertenecía a Guillermo de Landa, y que además era el favorito, no ganó. El primer lugar fue para el potro Star Eyes y su jinete ganó 15 mil pesos más el 50% de las entradas de aquel día.
En un anuncio publicado en EL UNIVERSAL se aprecia que el costo de los boletos para acceder a las carreras tenía un precio de 5 pesos en las tribunas de primera clase y 2 pesos en las de segunda.
Vale la pena mencionar que este sitio no solo era únicamente para los hombres, también se daban cita las mujeres de alta sociedad que iban a lucir su vestimenta de última moda. Para poder apreciar esto, se pueden hojear las páginas de los diarios de la época, donde aparecía la élite. “Es fácil imaginar que al hipódromo llegaba la alta sociedad porfiriana”, dijo Rafael Pérez Gay.
La Revolución interrumpió las actividades del hipódromo, aunque de vez en cuando seguían llevándose a cabo las corridas. En los diarios de la época se publicaba que las temporadas de carreras pasaban inadvertidas.
Así, en los años posteriores este sitio fue usado para celebrar fiestas deportivas, juegos de polo, carreras de automóviles y motos que “daban 75 vueltas a la pista”, según Edgar Tavares.
En nuestra imagen principal se puede apreciar una carrera de autos en el Hipódromo de la Condesa a mediados de 1912. La vista es desde la tribuna hacia el oriente; el trazo de la pista hoy corresponde a la avenida Ámsterdam, al fondo se ven algunas casas sobre Insurgentes, y en el ángulo superior izquierdo la actual Álvaro Obregón, antes llamada Jalisco, donde se asoma la residencia de Adamo Boari, parte de lo que ahora es el parque Juan Rulfo.
Por ejemplo, EL UNIVERSAL publicó el 17 de septiembre de 1921 que el presidente Álvaro Obregón asistió al hipódromo para entregar estandartes a 13 batallones. Incluso, en este circuito también se celebraron las carreras de la Secretaría de Guerra.
De los últimos eventos a los que asistió el presidente Álvaro Obregón fue a la inauguración de la última temporada formal de carreras, el 15 de enero de 1922.
“Espléndida mañana la de ayer en el Hipódromo de la Condesa. La concurrencia tan selecta y mucho más numerosa que en su inauguración comenzó a tomar verdadero interés por este deporte”, publicó El Gran Diario de México sobre el evento.
El 8 de mayo de 1922 la carrera más importante y emocionante fue la del Derby; además el presidente de la nación ofreció un premio de mil pesos y el triunfador obtendría el Derby: “que es la más alta recompensa a que puede aspirarse en materia de carreras de caballos”, se publicó en las páginas de EL UNIVERSAL.
La sorpresa la dio el caballo Bill Rendered al cruzar primero la meta y dejar en segundo lugar al favorito Foghorn. El jockey Shelepets montó a Bill y lo llevó a la cabeza del grupo hasta el final, recorriendo mil metros en sesenta y dos segundos; batiendo el récord de tiempo en esa distancia.
Todo esto termino en 1925, cuando el Jockey Club vendió los terrenos y se construyó la colonia Hipódromo Condesa. Sin embargo, esta colonia conserva los vestigios de su orígenes: el óvalo de la pista de carreras actualmente es la calle de Ámsterdam.
El sello de la colonia se imprime en las grandes banquetas, los espacios arbolados y las glorietas para pasear.
– Los parques y la memoria
Casi al final del recorrido, nos llamó la atención un señor que estaba sentado frente a la puerta de una casa en la avenida Ámsterdam, al parecer dejó las llaves en su hogar y sin más remedio empezó a comer en la acera que está a las afueras de su casa. Su nombre es Arturo Solano López.
Este hombre de 46 años es oriundo de esta colonia y dice que “antes era un lugar normal, no había tanto antro; además la Condesa se volvió vieja y cara”. Su niñez la vivió en el Parque México, donde jugaba futbol americano y en vacaciones de verano desde las 9 de la mañana y hasta medio día se dedicaba a jugar béisbol.
A pesar de ello y aunque se cambió el ruido de los caballos, por los claxonazos de los carros y la interminable vida nocturna, la Condesa todavía guarda en sus parques y en sus calles la memoria de todas las generaciones que han vivido en ella, desde la élite porfiriana, la comunidad judía, los extranjeros y los vecinos que con emoción compraron casa en los años veinte y treinta. Esta colonia es un refugio del tiempo que se resiste a perder su esencia.