De dolores y rendimiento

De dolores y rendimiento

El Mercadólogo 

Aunque aún me siento con la vitalidad de cuando tenía veinticinco años, de vez en cuando mi cuerpo me recuerda que esa época ya pasó hace tiempo. Lo ha hecho esta semana, cuando, de repente, sin previo aviso ni causa previa, comencé a tener un dolor de espalda, en la parte baja, lo que normalmente conocemos como lumbago. Contrario a mis tiempos mozos, en los que cualquier dolor estaba directamente relacionado con alguna actividad que había realizado antes, en esta ocasión fue sin previo aviso: simplemente, un día desperté y me dolía.

Aún así, como hubiera hecho todo el mundo, continué con mis actividades diarias de manera normal, no sin antes haberme tomado una pastilla para aliviar un poco el dolor. En cuanto mi rutina me lo permitió, me acosté un rato, pero, como una de las consecuencias que ha dejado la reciente pandemia es el teletrabajo, pude continuar con mis responsabilidades mientras mi espalda descansaba un poco.

Además de hacerme reflexionar sobre mi edad, también me ha pasado por la cabeza, buscando el tema de esta columna, cómo nuestro cuerpo a veces nos obliga a parar, aunque no queramos, y el mundo sigue girando, y parece que nuestros trabajos se van a ir a la ruina sin nosotros. Pero no se van. De alguna manera, muchas veces gracias al esfuerzo extra de nuestros compañeros, las cosas siguen saliendo.

Desafortunadamente no existe un «dolorímetro» para poder medir la intensidad del dolor que padecemos, y así poder justificar, de cara a nuestro ámbito laboral principalmente, el absentismo generado por algún padecimiento. Aunado a eso, tenemos muy incrustado en nuestra cultura que, a pesar de no estar a pleno rendimiento, hay que aguantar y continuar. Hasta que llega un momento que no aguantas más.

No nos damos cuenta de que, haciendo las cosas sin estar a pleno rendimiento, puede causar un perjuicio. Porque un trabajador que está forzando su cuerpo al límite no es un trabajador eficiente. Algunas veces, algunos problemas médicos que podrían haberse resuelto en uno o dos días, conllevan más tiempo de recuperación por haber forzado y haber trabajado un día más, o dos. Haciendo el símil con los deportistas de élite, por intentar participar en una carrera más, un torneo más, un partido más, terminan perdiéndose meses o años de competición.

Pero nuestro cuerpo no solo nos avisa de dolencias físicas. También tenemos dolencias psicológicas, mucho más difíciles de medir e incluso de detectar, pero que conllevan unas consecuencias laborales mucho peores. Porque un trabajador con principio de depresión, ansiedad, estrés crónico, o alguna otra enfermedad psicológica, sin el tratamiento adecuado, estará más distraído, lo que puede ocasionar errores su desarrollo laboral, o incluso accidentes laborales, poniendo en riesgo su salud y la de sus compañeros.

No soy ingenuo, y sé que muchos trabajadores utilizan estas excusas para evadir sus responsabilidades. No por nada, casualmente, el absentismo laboral se incrementa en diciembre, coincidiendo con la gran cantidad de festividades existentes. Estamos inmersos en una cultura donde la mentira y el engaño muchas veces son vistos como un valor positivo, lo cual nos hace desconfiados hacia las acciones de los demás.

Si todos fuéramos lo suficientemente honestos; primero, para ausentarnos de nuestro lugar de trabajo únicamente en los momentos necesarios, y segundo, honestos con nuestro cuerpo, para reconocer cuándo nos está dando señales de que tenemos que parar un poco el ritmo de vida que llevamos, tal vez, incluso aumentaría nuestra productividad, además de tener una mejor calidad de vida.

Los dejo, voy a tomarme una pastilla y a seguir trabajando

Related posts