Retrato campirano 

Retrato campirano 
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PEDAZOS DE VIDA

  • No hubo carro que se detuviera, no hizo intento alguno, estaba cansado de manejar, de recorrer la vida

Tantas veces había transitado en aquel camino que lleva de un pueblo a otro hasta que al final se transforma en concreto y llega a la ciudad que lo había dejado de observar, se concentraba en la carretera, cuando viajaba en autobús se quedaba dormido, y ahora que el automóvil se había descompuesto, pudo ver el altiplano seco y dorado, peinado por los penúltimos rayos del sol.

Luego el viento húmedo se encargó de llevarle el sabor del polvo a la boca y eso detonó el recuerdo de varios momentos en los que la tierra fue el pretexto para vivir y a veces también para anhelar la muerte. Allá la vida no es fácil, el progreso y desarrollo que decenas de políticos han prometido nunca llegó y en cada campaña política se ve más lejos el cumplimiento de cualquier promesa. 

Con el sol se fue el color del campo y el arcoiris que se había formado a la lejanía, la negrura de la noche cubrió el panorama y la belleza del paisaje, que hace unos momentos lo había embelesado, se perdió con la ausencia de luna, de vez en vez las luces de los carros revelaban su silueta convertida en una sombra junto a la del automóvil descompuesto. 

No hubo carro que se detuviera, no hizo intento alguno, estaba cansado de manejar, de recorrer la vida, de hacer eso que hace tiempo le trajo la desgracia a su corazón y la muerte a su familia. Se quedó ahí, sin aceptar ayuda de nadie, hasta que el olor de la carne encajuelada comenzó a delatarlo, para cuando llegó la policía, alguien más ya había pasado por el camino. El hombre pudo ver su último atardecer y con esa imagen y un tiro de gracia, se marchó para siempre. 

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