Resurrección

Resurrección

El faro

Estamos actualmente en el tiempo de Pascua. Se ha vivido de una manera u otra el espíritu de la Semana Santa. Bien sea de vacaciones, aunque cortas para algunos, o de fiestas religiosas para otros. En esa semana se ha acompañado a Jesús de Nazaret en el sufrimiento final, en su pasión y muerte.

Al final de la Semana Santa se celebra la resurrección o el vencimiento de la vida sobre la muerte, de la luz sobre la oscuridad. El mensaje final es de esperanza cuando se impone la resurrección a la pasión. 

El año litúrgico acompaña la vida del mismo Jesús de Nazaret. Y con ese ejemplo de vida, entendiéndolo de modo paradigmático y tipo, podemos entender que nuestra vida también se celebra de forma diferente. Los ritmos vitales se reproducen de manera estandarizada en la celebración litúrgica. 

Y si la liturgia contiene la sabiduría suficiente como para, en el fondo, ir celebrando los ritmos vitales, la pregunta que me surge, siguiendo el razonamiento de columnas anteriores, es por qué no somos capaces en la vida consuetudinaria de darle a la vida una celebración coherente.

En este siglo que estamos viviendo, tan nuevo aún, hemos pasado ya por una crisis económica financiera, por una pandemia cruel, por una invasión bélica y por una situación grave de incertidumbre. Todo ello ha agudizado el sentimiento de indefensión, la necesidad de apoyarse en los demás y la sensación de fragilidad personal en todo el mundo. Esto es algo que la documentación internacional avala sin duda.

Por lo tanto, hemos pasado ya por los dolores de diverso tipo que nos han afectado esencialmente. Se ha resentido la economía, la vida y la seguridad que nos permite mirar hacia el futuro y buscar metas progresivas. Nos olvidamos del pasado y no atinamos con nuestro porvenir. Vivimos la pasión, pero no vislumbramos el futuro.

Mientras estamos viviendo estas circunstancias, nos entretenemos entre ideologías, populismos, debates enfrentados y polarizaciones de todo tipo y condición. Nos enredamos en catalogar a los demás en buenos y malos, en conservadores y liberales, en progresistas y tradicionales. En lugar de unirnos, de buscar juntos un mejor porvenir que nos anuncie algo parecido a la resurrección, ocuparnos nuestro tiempo y nuestras fuerzas en buscar aliados y descartar enemigos que nos hacen peligrar, sin saber muy bien qué.

Tras lo que hemos vivido debiéramos ser incapaces de descartar a nadie, debiéramos estar cercanos a establecer diálogos con los que piensan diferentes y nos pueden enriquecer, debiéramos ser incluyentes en todos los sentidos posibles buscando el mayor nivel de efectividad y practicidad posibles.

No es raro que en ciertos contextos se rechace la fe y sabiduría de la liturgia cristiana. Tiene muchos siglos y milenios y es capaz de sintetizar lo que acontece en la vida humana y elevarla a celebración. Desde este punto de vista, aparentemente tan cercano a la aporía, no es tan lejana la posición a la del profeta de la posmodernidad que es Nietzsche. Sin embargo, en nuestros días, no somos hábiles ni rápidos para reconducir las condiciones esenciales de vida y poder celebrar con ellas la resurrección de la humanidad. Permanecemos sumidos en los tristes tiempos de sufrimientos y no sabemos darnos condiciones de resurrección vital para todos.

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