EL FARO
Justamente la semana pasada, en esta columna, se hacía eco de cómo ciertos documentos internacionales animan a un cambio de orientación en la manera de organizarnos como sociedad global. El cuidado, como intuición orientativa de políticas, análisis y decisiones, es un norte que se impone a la economía, a las ideologías, a los colores políticos porque se asienta en la dignidad de las personas y en la relación con la naturaleza.
En este contexto, ponemos la atención en el fenómeno migratorio y en lo que aconteció en Ciudad Juárez días atrás. Decenas de muertos y también de heridos graves fueron el resultado de unas decisiones que se tomaron bajo criterios que no tenían que ver con el cuidado de las personas. Concretamente, de las personas más indefensas que son las que se ponen en camino con la intención de buscar condiciones de vida mejores y que se acerquen lo más posible a la dignidad que todo ser humano merece por el hecho de ser humano.
El criterio del cuidado se establece de manera universal. Esto implica que es para todas las personas, en todos los momentos y contextos. Los migrantes, aun no estando reconocidos como ciudadanos por los países por donde transitan, no dejan de mantener los derechos más fundamentales que les corresponden por su dignidad humana y por el cuidado que todos les debemos.
Al ser un criterio fundante implica que las leyes, los intereses políticos y económicos deben en todo momento adaptarse en beneficio de las personas en tránsito o movimiento. La historia de la relación entre México, como país exportador y Estados Unidos como país receptor, está llena de episodios de malos tratos y desconsideraciones hacia nuestros connacionales. Lo mismo podríamos decir exactamente en lo referente a los centro y sudamericanos que pasan por México rumbo a Estados Unidos. Nuestro trato con ellos no es para nada ejemplar. Deben someterse a vejaciones, a violaciones, a extorsiones, a tráfico de personas, a esclavitud sexual, entre otras muchas desgracias fruto de la impunidad y la corrupción.
Nuestra actitud ante esta realidad es la de escondernos y no querer mirar. El olvido invade nuestras conciencias y calma la responsabilidad y culpabilidad. Pareciera que no somos racistas, pero lo somos. Pareciera que no somos xenófobos, pero lo somos. Pareciera que no somos clasistas, pero lo somos. El egoísmo en que nos hemos sumergido por conveniencia nos apoya para anestesiar nuestras conciencias y seguir viviendo como si nadie hubiera muerto o sufrido.
Los gritos de decenas de personas quemadas vivas, lo mismo que otros tantos gritos que oímos a diario en nuestro país, retumban entre las paredes de las celdas de Ciudad Juárez. Por entre las rejas, junto con el humo, se expanden sentimientos de indignación que las burlas y quejas de los políticos no pueden acallar. Por entre las mismas rejas, el fuego incendia cada vez con más fuerza, el modo tan inhumano en que nos hemos acostumbrado a vivir en México. Nos hemos acostumbrado a la precariedad, nos hemos acostumbrado a sobrevivir sin que nos toque la muerte, la bala o el robo. Nos hemos acostumbrado a que vivir así es lo normal y no lo es. La justicia auténtica y el cuidado nos abren puertas a vivir mejor. Más allá de si lo merecemos o no, nos lo debemos unos a otros. ¿Por qué no somos capaces de organizarnos socialmente para vivir mejor? ¿Qué nos pasa?