
FAMILIA POLÍTICA
“Un lunes anunciaron que me había ganado el Premio Martín Luis Guzmán, De escritores para escritores”.
“El martes me acusaron en la prensa de haberme plagiado unos artículos periodísticos”.
“El jueves me acusaron de haberme plagiado también el tema de mi novela ganadora”.
Líneas iniciales de la novela Plagio, de Héctor Aguilar Camín.
Hay palabras que por el uso reiterado y temporal que de ellas hace la opinión pública o un importante estrato social, alteran o hacen exclusivista su semántica y se llega, en primera instancia, a prescindir de un contexto, por ejemplo, la palabra moral, cuando fue redefinida por un importante personaje de la casi extinta clase política revolucionaria: Don Gonzalo N. Santos, decía que “La moral es un árbol que da moras o no sirve para nada”, según apunta el propio Aguilar Camín.
La Real Academia de la Lengua Española define, “Plagio: copia de obras ajenas haciéndolas pasar por propias”. En el ámbito académico, el plagio consiste en usar palabras o ideas de otras personas en beneficio de alguien más. Se considera una forma de engaño y una mala práctica que compromete la honestidad y la integridad académica.
En el juego semántico cuando una palabra se pone de moda, suele despertar una alta dosis de morbo; debo confesar que yo mismo adquirí la novela de Aguilar Camín, con la plena seguridad de que encontraría su opinión en relación con un sonado caso de moda en los anales académicos y mediáticos de la vida nacional. Me equivoqué y lo celebro.
Conozco buena parte de la obra del autor quintanarroense. Por cuestiones propias de mi oficio en alguna etapa de mi vida, tuve oportunidad de convivir con personas que formaron parte de su círculo juvenil de amigos; eso me familiarizó con su universo, su cosmogonía y sus afectos.
Muchos de los grandes descubrimientos en la vida se dan por azar; eso me pasó al advertir en una librería, cuya imagen es más mercantil que literaria; los montones de libros un tanto desordenados, con la clara intención de motivar de manera morbosa la compra de un gato, con la certeza de que es liebre. Así, caí en la tentación (afortunada) de creer que adquiría un ensayo sociopolítico, cuando en realidad es un relato que me parece magistral.
De principio a fin, en toda la obra prevalece un perverso humorismo que permite tratar algunos temas de gran seriedad, con la recurrencia de puntos de vista deliberadamente frívolos. Durante todo el texto se entreteje una red de intrigas, intereses creados, luchas de poder en el pequeño ámbito de una comunidad universitaria. Destaca, por ejemplo, la manera en que se pretende mostrar a la luz pública, que el descarado plagio de una obra literaria denunciado por un enemigo político del autor era, en realidad “un homenaje de la envidia artística; es decir, de la admiración que, lejos de ser una estafa literaria era una estrategia de reconocimiento”.
El autor también da consejos sobre las relaciones entre hombre y mujer, así, por ejemplo, dice que “El poder cultural concede privilegios a quien lo tiene; uno de ellos es el acceso a las mujeres que rondan ese mundo buscando su propia luz, su propio espacio. Encuentran generalmente sólo un amante mucho mayor que ellas y un desengaño…”, para él, lo máximo es la mirada del verdadero amor; la mirada de la perfección platónica.
El texto presenta matices diversos que van desde las intrigas por el poder universitario, hasta las relaciones de pareja, dentro de ciertas normas de intelectualidad. También se disfrutan párrafos de un refinado erotismo salpicado de humor, por ejemplo, al referir los celos que siente el autor, al enterarse de que su mujer lo adorna con una nada literaria cornamenta, auxiliada por su peor enemigo. La imaginación, más que la presencia de hechos, estimula la narrativa de una infidelidad utópica. “Ella tuvo, casi desde el primer momento ante mis ojos, parte por parte de su cuerpo, paso por paso de su paso, la perfección platónica que tenían, sólo a medias sus hermosas formas, las formas de sus pies, por decir algo, sin posibilidad de ampollas o juanetes. Me había enamorado de ella, no digo que desde que la vi, ni poco después, sino desde el vulgar e iluminado día en que se comía unos tacos, chupándose los dedos y detrás de aquellos, largos y resinosos, lo que yo vi de pronto no fue el juego de uñas arregladas, los nudillos finos, los cartílagos delicados, sino una elegancia previa de los movimientos mismos; una soberanía del alma transfundida a la precisión de sus ademanes. Lo que vi fue la belleza inmanente de sus dedos, de sus manos, de sus modos lentos, serenos, económicos, esenciales…”
En fin, dentro del desarrollo cronológico de la novela, casi de manera causal tiene que darse un crimen a puñaladas, tan horrendo que solamente puede verse en las páginas de un relato amarillista o en la imaginación de un novelista celoso: “Un jueves, su rival amaneció acuchillado, el viernes lo visitó la policía, todo esto requirió una explicación…”
La explicación la da el autor “Es esta novela: un juego de espejos sobre el plagio, la admiración, la envidia, los celos, el azar, la muerte… y la policía”.
El libro “Plagio” que escribió Héctor Aguilar Camín en el año 2020 y que recientemente se comercializó con bombo y platillo, es un compendio de valores literarios y algo más. Cuando se trata de externar juicios de valor, no siempre se coincide con otras personas que analizan el objeto valorado. Con todo respeto, a mí me gustó mucho; me parece una excelente novela. No sé si su título fue meditado para capitalizar el morbo de la moda semántica que en la actualidad se usa para denigrar de manera cobarde a una persona.