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Terlenka
No me imaginen abusivo ni frívolo por dedicar mi columna a este propósito, pues cada vez que escribo un correo trato de poner atención y esmero en cada palabra expresada

Desde hace varios días he descuidado mi correo electrónico y no me pareció desacertado escribir y responder por este medio a varias personas que son cercanas a mí y que, en algunos casos, esperan algún mensaje o señal de mi parte. No me imaginen abusivo ni frívolo por dedicar mi columna a este propósito, pues cada vez que escribo un correo trato de poner atención y esmero en cada palabra expresada.
1.—Querida Karina. Recibí el libro que me enviaste acerca de las conversaciones entre Joseph Roth y Stefan Zweig. Más allá del mero asunto literario me incumbe y conmueve la relación que Roth tenía con su bella mujer, Friedl. En el epílogo se hace de nuevo énfasis en la enfermedad mental que ella sufría, seguramente a causa del alcoholismo, los celos y el incesante desasosiego de su marido. Roth no ganaba el dinero suficiente para afrontar los costos de la enfermedad de Friedl. Él tenía que escribir de más y trabajar duro para costear su tratamiento, ya que además de ser manirroto con el dinero, la incurable enfermedad mental de ella lo empujaba todavía más al alcoholismo y a la penuria. Simpatizo, como sabes, con la biografía de Roth, pese a llevar él una vida desgraciada. Y como te comenté algún día, comparto con este escritor el amor por el brandy y por los hoteles de paso.

2.—Querida Alina. Te agradezco me hayas obsequiado las memorias de Kim Gordon (“Kim Gordon Girl In A Band”) quien, como sabes, es una artista cuya belleza y actitud me dejan absolutamente desarmado. Ella fundó la banda Sonic Youth, la cual durante los años noventa sonaba en cada fiesta que hacía yo en mi casa en la calle de San Jerónimo, en el Centro. No estoy seguro de leer el libro, pues trato de no cultivar el fanatismo a tales extremos, sin embargo, lo pondré en el lugar más notorio de mi librero junto a la autobiografía que escribió John Lydon, “No Irish, No Blacks, No Dogs”. Como estás bien enterada, tanto Johnny Rotten como Kim Gordon forman parte fundamental de mi panteón musical.

3.—Hola Yolanda. Espero hayas llegado con bien a Noruega y el festival de video danza camine por buen rumbo. En los recientes tres días he gastado más dinero del que me puedo permitir, así que me encerraré una semana en casa y sólo comeré lo que encuentre en el refrigerador. Espero que tu salud mejore allá y no te preocupes por volver pronto si el hecho mismo de regresar aquí se rebela contra tu bienestar. Recuerda que al escritor y novelista noruego, Knut Hamsun, los conceptos de patria o amor le resultaban empalagosos y creía que la patria era simplemente el lugar donde te encuentras bien. Agradece la invitación que me hacen a Oslo para presentar mi novela el año venidero y cancela mi presencia, pues me sentiría en verdad ridículo y afectado presentado una obra mía en Escandinavia (además, conoces la fobia que me despiertan los aeropuertos). Los tiempos de la promoción personal se acabaron para mí, aunque como bien sabes, querida Yolanda, continuaré escribiendo historias indeseables y amargándote la vida.

4.—Amanda querida. Me disculpo por haberte llamado en plena madrugada hace unos días, pero mi insomnio es todavía peor que mi ausencia de tacto. Estaba leyendo el estudio que le dedicó Gilles Deleuze a Bergson. Lo anterior a raíz de que leí algunas opiniones algo vanas acerca de la influencia que este filósofo tuvo en José Vasconcelos. Bergson creía que la ciencia era una de las dos mitades de la ontología. Como te he comentado alguna vez, llegué a este filósofo por el libro que sobre él escribió Vladimir Jankélevitch. Comparto la aversión de Bergson ante la idea de que la filosofía pueda ser considerada un sistema. Por ello mismo su obra es heterodoxa e imaginativa. Creo que pronto volverá a ser leído y sus libros merecerán más atención de la que han tenido en las últimas décadas. En fin, te agradezco también tu correo deseando que mi salud se restablezca, pero si te soy sincero vivo por mero impulso primitivo ya que no tengo grandes deseos de seguir con vida.

5.—Querida Lucía. Te debe parecer una banalidad, pero cada vez que paso o cruzo por la calle Mexicali en la colonia Condesa te recuerdo. Espero continúes escribiendo y leyendo con tanta pasión y esmero pues debes sentirte muy sola viviendo allá. En el libro que un periodista, Luis Enrique Ramírez, le dedica a Elena Garro, ella comenta que cuando Octavio Paz la pretendía solía acompañarla desde San Ildefonso hasta su casa en Mexicali 40 y ambos caminaban esa enorme distancia que, jóvenes al fin, se les hacía muy menor gracias a la conversación. En fin, hace mucho tiempo que no nos vemos, mas espero que estos correos nos acerquen y nos rescaten del olvido.

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