Piedritas en la ventana 

<strong>Piedritas en la ventana </strong>
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PEDAZOS DE VIDA

No era una prostituta, porque luego luego se imaginan eso, aunque quién sabe. No puedo asegurarlo pero confío ciegamente en que no, y si así fuera, es algo que no me hubiera importado, porque todo fue tan casual, porque siempre se estaba yendo, porque no iba a quedarse nunca y sobre todo porque había algo que estaba mal en ella. Nunca dio datos de nada, nunca supe a qué se dedicaba y cuando le preguntaba, siempre decía que era mejor que no me enterara y que entre menos supiera estaría  a salvo. 

La primera vez pareció un encuentro casual en la parada del transporte público, ahí tomó la misma ruta que yo, no me dejó de mirar, sentí su coqueteo, pero me dio miedo corresponder y que se sintiera ofendida o acosada, así que de vez en vez la miraba y de forma inmediata, como si fuera un impulso, volteaba la mirada para ver por la ventanilla y colocar la vista en el reflejo del vidrio. ¡Cómo se habrá reído de mí, seguramente! 

Aquella ocasión me bajé donde usualmente lo hacía, cerca de casa. Y ella se bajó también, sin más, me reclamó por haberla ignorado en el transporte, me dijo que si acaso no le gustaba, me intimidó, me dio miedo pero a la vez no podía dejar de mirarla, en verdad que para un mortal como yo, no pensé que existieran este tipo de milagros. 

Sí, llegamos a casa y como perros en celo tuvimos sexo, despúes con el sonido de su estómago me di cuenta que tenía hambre, fui a la cocina y como no tenía nada que ofrecer, le dije que si quería pizza (pensando en que así se quedaría un poco más), pero no aceptó, me agradeció, mientras, desnuda, veía por la ventana del departamento ubicado en el segundo piso del edificio. Dijo que se tenía que ir pero que regresaría pronto, no me quiso dar su número de móvil, sólo me dijo que sería pronto.

Fue la tercera noche, después de ese día, cuando escuché  golpecitos en la ventana, me asomé y era ella, con piedras pequeñas invocaba mi presencia para que bajara y abriera la puerta, esa situación se repitió varias veces, hasta que un día dejó de ir. 

Pasó poco más de un año cuando nuevamente las piedrecitas se hicieron presentes en mi ventana. Aquella noche fue mágica, esa vez se quedó a dormir. Unos meses después me pidieron el departamento, me cambié de casa y hasta ahora me sigo preguntando cuántas veces más hubo piedras que golpearon la ventana en espera de que tuviéramos un encuentro efímero y eterno, de aquellos que se quedan por siempre en la memoria.

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