
RETRATOS HABLADOS
De alguna forma, todos empezamos a cansarnos de que la politiquería haya invadido buena parte de la vida cotidiana de los mexicanos. Nos hemos dedicado con ahínco a esa tarea sin darnos cuenta, y hasta hemos convertido en figuras mediáticas a personajes que representan lo más patético del ejercicio político, pero que de tanto mencionarlos acaban por ser famosos bajo el entendido de que, “no importa que hablen mal de mí, con tal de que hablen”.
Por eso resultaría importante dejar de mencionarlos cuando menos por su nombre, porque resulta gratuito erigir en supuesto Apóstol de la Maldad a quienes cuando mucho han sido desde sus orígenes sujetos dedicados al abuso de sus semejantes.
Sería fundamental que al igual que Ulises cuando ataca al cíclope de La Odisea, se conviertan en nada, en nadie, porque al paso que llevamos, hasta leyenda pueden llegar a ser y francamente no hay razón alguna para concederles ese atributo.
Hacer politiquería tiene como preocupación fundamental la protección de grupúsculos, mantener sus canonjías y fortunas casi siempre mal habidas, en una tarea sin fin donde no hay más guía “moral”, que lograr un objetivo sin que importen los medios a ser usados: aplastar a supuestos enemigos y auto fomentar la idea de grandeza siempre del mismo tamaño que sus resentimientos y obsesiones.
Por ese rumbo jamás se recuperará el ejercicio real de la política, del servicio, del entendimiento para buscar caminos de convergencia en bien del todo, no de grupos, no de ínsulas de poder enano.
De alguna forma los medios de información y opinión, también desembocaron en esa rara tarea del periodismo “militante”, en el cual solo sus representantes tienen la razón, la honorabilidad, la valentía, pero fundamentalmente la actitud dogmática para pensar que todos mienten menos ellos. Ahí se hace politiquería, y todavía más grave porque ya no saben si mienten o no.
Y sin embargo, cada cual hace lo que puede en una realidad cada vez más dramática, más preocupante, porque a ciencia cierta no sabemos dónde irá a parar el país. Nos consolamos con la “ilusión del indulto”, citada por Viktor Frankl en El Hombre en Busca de Sentido, cuando por razones que solo tienen que ver con la desesperación, pensamos que todo lo malo que le pasa al vecino, al conocido, no sucederá en nuestro caso por esa ilusión de que el destino habrá de indultarnos.
A todos nos espanta la violencia, y hoy como nunca comprendemos que no podemos permitir que a través de los medios masivos de información y entrenamiento, se insista en colocar en calidad de héroes a criminales que dan vida a las series de narcotráfico.
No es cierto, nunca fueron ni graciosos, ni plenos de humanidad. Por el contrario, cada vez pensamos con más insistencia que muy posiblemente sea el que no es bueno (el demonio en persona) quien guíe sus manos al momento de ordenar o directamente torturar, masacrar a una persona.
Y no, no podemos erigirlos en justicieros, en héroes de la sociedad, en estrellas que todos conocen. No. Su lugar es el olvido, la nada, igual que politiqueros que tanto abundan.
Pocos en la vida merecen ser nombrados a cada momento y de este modo desatar el rito mágico de la creación. Debemos aprender a diferenciar. Debemos hacerlo.
Mil gracias, hasta el próximo martes.
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