Mochilazo en el tiempo
Ser afilador de cuchillos, tijeras y otras herramientas es un oficio que se lleva en la sangre y quienes lo practican consideran que es todo un arte. El afilador recorría las calles de la ciudad en busca de utensilios para darles filo y se hacía presente con un sonido peculiar que provenía de una flauta de caña indicando a las amas de casa y demás clientela que estaba cerca y que alistaran sus artefactos para dar rienda suelta a su piedra de afilar.
Sin embargo, en este siglo XXI aunque son pocos los que andan en bicicletas o caminando por las calles de la Ciudad de México, esta actividad ha prevalecido pues se han establecido en las llamadas afiladurías.
Proveniente de Galicia, España, el oficio llegó a México en la época de la Colonia. Hoy, para los afiladores que siguen recorriendo las calles a pie o en bicicleta, la inseguridad y el clima son factores que afectan su trabajo, aun así opinan que les gustaría que este oficio continuara.
Oficio de herencia
Como afilador, José Luis García Medrano ha recorrido las calles, a pie, cerca de 52 años. Recuerda con gusto que comenzó a los 10 años y que aprendió esta actividad de su padre.
Don Luis recorre las calles capitalinas anunciándose con el característico sonido de este oficio: la flauta de caña. Se para a la mitad de la calle y silba dos veces, espera unos momentos y si no sale la gente, sigue caminando.
Su zona de trabajo es todo Naucalpan de Juárez y Atizapán de Zaragoza, a sus 61 años, tiene el ánimo de seguir adelante: “Ya me canso, no es como cuando tenía 15 ó 18 años”.
José Luis recorre las calles de la ciudad a pie, saca su flauta de caña, se para a la mitad de calle, silba dos veces y es entonces cuando se escucha el característico sonido de un afilador. Espera unos momentos y si no sale la gente, sigue caminando.
José Luis Medrano toca su silbato para avisar de su presencia.
“Hay poco trabajo y hay días en los que no hago nada”, comentó. En promedio afila unos diez cuchillos al día, pero a veces ni uno, aun así a José Luis se le nota en la mirada la alegría que le da el seguir ofreciendo su servicio.
Existen varios estilos para afilar, uno de ellos es tomar el cuchillo por el mango y moverlo de la punta hacia atrás y luego regresar a la punta, este debe estar inclinado haciendo que sólo la parte con la que se corta pase por la piedra de esmeril. El esmeril es un mineral muy duro y es usado principalmente para afilar; en diferentes momentos, lo deben mojar, para continuar el proceso, cuando este se lleva a cabo con una máquina eléctrica.
Don José Luis procura pasar cada 15 días. La gente que ya lo conoce al oír el sonido de su silbato, como él lo llama, sale con sus utensilios para que sean afilados. Comentó que el sólo afila cuchillos, tijeras, aspas de licuadora, tijeras de manicure, alicatas, de casi todo, pero lo que no afila son los serrotes, pues para ello necesita otras herramientas que no las carga.
“Las calles me han dado para comer y para varias cosas; será que tengo mucha gente que me conoce y me gusta recorrerlas”, comenta don José Luis, mientras permanece sentado en su aparato. Explica que es un banco pequeño de madera que tiene al frente un engrane adaptado con una manivela, que al darle movimiento rotatorio con la mano, hace girar un eje y pone en funcionamiento el mecanismo que hace que la piedra de esmeril dé vueltas para sacar filo. Don Luis aprovechó la entrevista con EL UNIVERSAL para decirle a la gente “que nos den trabajo, porque lo necesitamos”.
El afilador, gira su piedra manualmente, tiene que dar más de 60 vueltas a la manivela, mientras con su mano derecha pasa el cuchillo por la piedra varias veces de un lado hacia otro, hasta que verifica que ya está listo.
Ante las condiciones de clima o de inseguridad que son factores que también afectan al oficio, García Medrano dice que lo han asaltado pero “ de todos modos con el miedo, hay que salir, hay que dejar el miedo a un lado y seguir adelante”.
Don José Luis expresó que “es un oficio de tradición y me gusta”; pues ser afilador es el trabajo que le ha dado para vivir. Asegura que prefiere recorrer las calles caminando porque en bicicleta o en una afiladuria no se tiene la oportunidad de llegar a las calles que tienen escaleras, o subidas y bajadas, “es ahí donde nos puede salir un poquito más de trabajo”, comentó García Medrano.
La mujer que le gustó ser afiladora
A Concepción Zúñiga le gustó más ser afiladora, y hoy en día aún la gente duda de su trabajo por ser mujer. Incluso, algunos le preguntan que si sabe, y ella responde “¡claro! hace más de 30 años que lo hago, por qué no he de saber”. Les sorprende, pero al final la clientela queda satisfecha del trabajo bien hecho.
Concepción es dueña de la afiladuría “La Estrella” ubicada en Tlalnepantla de Baz, Estado de México, ahí trabaja con máquinas de podar, sierras, navajas entre otros. “Me gustó, lo traigo en la sangre”, comenta orgullosa.
El afilador plasmado en las artes
El personaje de afilador siempre ha estado presente en la vida cotidiana. Pintores como Kazimir Malévich y Francisco Goya, han plasmado este oficio en sus obras: “El Afilador de cuchillos” de 1567 y “El afilador” de 1790, respectivamente.
También en México Elena Poniatowska destaca el oficio de afilador en conjunto con otros oficios que hay en la capital, en su obra Luz y Luna, Lunitas (1994) y por su parte la poesía hace honor al trabajo con el poema veracruzano “El afilador” de María Enriqueta Camarillo de Pereyra, publicado en 1990.
El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) realizó una encuesta en el 2010 para saber cuáles eran los sonidos que más extrañan los mexicanos y en la categoría de “Sonidos del hombre”, destacó el sonido de afilador de cuchillos como uno de los que más extrañan, también el del tren y el de la máquina de escribir en la categoría de sonidos de la tecnología, incluso el canto de pájaros y aves, como golondrinas o canarios, como los más extrañados de la naturaleza.
Don José Luis, José Manuel, Luis y Concepción son afiladores, cada uno aporta a su oficio un poco de su personalidad. Estos hermanos no creen que desaparezca el oficio o, al menos, no en poco tiempo, pues aún hay clientes que prefieren sacarle filo a sus herramientas de trabajo que comprar otras de baja calidad. Afiladores todos por convicción, siguen haciendo que este trabajo y el sonido de su flauta continúen presentes en la vida cotidiana de la capital.