* Pareja en el puente del Felipe Ángeles
El hombre subió al puente peatonal al lado de quien algunos identificaron como su esposa. Abajo, en el restaurante, los comensales pedían el postre, unos más ordenaban carne con verduras, la mayoría saboreaba el café caliente que adquiere un sabor especial en días de lluvia. Nada fuera de lo común en un día de marzo que se niega una y otra vez a que llegue la primavera. Alguien se quejó del bochorno en un establecimiento totalmente cerrado, y con todo y la baja temperatura del exterior, el calor había empezado a circular en las cejas arqueadas de una mujer con saco azul marino y mascada en el cuello del mismo color, que seguro había salido de la oficina apenas unos minutos antes.
En la pecera, lógico, pescados desmemoriados no se han cansado desde hace años de dar vueltas y vueltas al mismo escenario –seguro dirán lo mismo de los comensales enmarcados por vidrieras-.
La mesera de pelo corto y pecas en la nariz olvida una y otra vez la cuenta, pero sonriente y con la cualidad natural de caer bien, nadie le reclama, al contrario le hacen la broma que deje de pensar en el novio. “¡Ay cómo cree, no, no es eso, son los problemas de todos los días!”.
Un pez dorado sigue a la niña de trenzas negras que camina para un lado, y ahí va el pescado, va para otro y el preso desmemoriado hace lo mismo. Nunca una pecera ha tenido tanto éxito entre los restaurantes pachuqueños.
El hombre y la mujer del puente discuten. Los que caminan siempre con la vista clavada al suelo despiertan sospechas porque miran hacia el cielo, se detienen, todos con los ojos clavados en alguna parte que se empieza a descubrir que es el lugar donde la pareja empieza a llegar a los gritos.
Cae la mujer. De pronto los peces desmemoriados dejan de moverse, igual los niños, igual la mesera, igual el que limpia las mesas. Hay silencio en donde siempre zumba el rumor como de moscas, de abejas en enjambre.
Los que parecía habían divisado un ovni también gritan. En el puente la mujer yace en el piso, el hombre se mesa los cabellos, advierte a los policías que ya suben para detenerlo que no lo hagan.
Desde el ventanal apenas se ve una camisa blanca que cae, lenta, con sangre embarrada en los puños. Es una película porque va cuadro a cuadro. En uno se observa a un policía tropezarse en su afán de llegar. En otro a la mujer con los ojos abiertos, ya muerta. En otro el hombre que brinca el barandal y cae, cae una y otra vez, hasta estrellarse en la carretera del bulevar Felipe Ángeles.
No muere.
Deseaba morir, eso es un hecho.
Lo recoge la ambulancia. A la mujer una del Servicio Médico Forense.
Los peces desmemoriados de la pecera retoman su paso, se sorprenden del escenario donde viven porque lo creen nuevo, nunca antes divisado.
Los otros peces, los de la vitrina redonda con vidrios por todos lados, también se sorprenden, algunos abandonan el plato pedido, se sienten nerviosos.
Al rato olvidan, y todos es nuevo otra vez. Nunca visto. Único.
Felices de la desmemoria salimos, y de nueva cuenta el cielo amenaza con no dejar que llegue nunca la primavera.
Mil gracias, hasta el próximo lunes.
twitter: @JavierEPeralta