Los seguidores de Erdogan toman las calles y plazas públicas tradicionalmente laicas para evitar cualquier levantamiento
La plaza de Taksim, la puerta de entrada al distrito de ocio nocturno de Beyoglu, estaba tomada la noche del domingo por unas 7.000 personas que celebraban con aparente delirio el fracaso el golpe. La concentración, con aire de verbena más que de mitin político, se convertía en un mar de banderas turcas cada vez que los equipos de las televisiones internacionales —allí asentados para sus emisiones en directo— encendían sus focos.
No tan numerosos como en la noche del sábado, cuando los turcos celebraron masivamente en las calles el fracaso del intento del golpe de Estado militar, miles de seguidores de Recep Tayyip Erdogan se reúnen cada noche en las principales plazas de las ciudades convocados por su Presidente. El líder histórico del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) les ha llamado a permanecer vigilantes al menos hasta el próximo viernes, cuando se cumple una semana desde que estalló la asonada. Las plazas de Kizilay, en el centro de Ankara, y la de Taksim, en el corazón de la parte europea de Estambul, se han convertido en los escenarios de la movilización de los islamistas turcos.
Se trata, sin embargo, de espacios emblemáticos para la izquierda y los sectores laicos de Turquía, donde se han desarrollado desde las monumentales (y a menudo violentas) marchas del Primero de Mayo, hasta las revueltas de los jóvenes indignados que hace tres años se atrevieron a desafiar la hegemonía de Erdogan. Estos ámbitos de corte occidental se han transformado en las últimas noches en escenario de las aspiraciones de una mayoría silenciosa conservadora y religiosa que se ha hecho visible casi de repente con sus barbas y bigotes, sus velos islámicos y recatadas túnicas abotonadas de pies a cabeza.