El deber y la política

El deber y la política

El Faro 

Por no irnos muy lejos en el tiempo, parece claro que en el pensamiento (cuando menos el griego), había una estrecha relación entre el ejercicio político y el sentimiento del deber. En definitiva, entre política y ética. La virtud del ciudadano era el norte que dirigía la finalidad de la educación (Paideia) y que se ponía en última instancia al servicio de las decisiones públicas (políticas). Los ciudadanos (polites) tenían que trabajar para ser virtuosos.

Durante toda la Edad Media, siguiendo el camino trazado tanto por el pensamiento griego como por el latino, relacionan íntimamente el deber ético y el ejercicio político. La teoría enlaza a Dios y al emperador, como autoridad original y vicaria respectivamente, en lo alto de lo que debe ser. Ambas espadas poseen el poder que está incardinado en la sociedad.

Será en el siglo XVI con El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, que estas buenas intenciones se derrumben. La política se mueve solamente por sus propios principios, la política por la política. El político busca conservar el poder, ese es su interés. Para ello no tiene que ser ético, no tiene que fijarse en el deber. Su actuar depende de su astucia (zorro), de su fuerza (león) e, incluso, del azar. Tiene que guiarse con porciones de inteligencia, de violencia y tener suerte en sus movimientos.

Muchísimos otros teóricos desarrollaron diferentes formas de relacionar o de separar ética y política. Nada más, a modo de ejemplo, las posiciones teóricas opuestas entre Niklas Luhmann y Adela Cortina. 

Quizá, si hiciéramos una encuesta a todos los ciudadanos del mundo, estarían mayoritariamente de acuerdo en que el ejercicio político no se preocupa excesivamente ni del bien común ni de mirarse en el espejo de la ética. Una experiencia común es percibir que los políticos se debaten públicamente por oposiciones. También pertenece a la experiencia común saber sobre la suma de bienes que son capaces de obtener sin justificar de su actividad política. Además, en sus discursos, son especialistas en presumir su “coherencia” vital y lógica y en desnudar los errores de sus oponentes.

Más allá de las teorías históricas y de las percepciones comunes, lo que creo que es cierto es que la ciudadanía solicita y exige a quienes ella elige que se comporten con la mayor cercanía al deber ser y al servicio del bien común. Pide que sean generosos y abiertos de miras como para pensar un poquito en los demás y no enzarzarse solamente en sus disputas infantiles, estériles, disfrazadas de ideología que están dispuestos constantemente a negociar y cambiar cuando consideren necesario, como diría Marx. Es quizá, la función social que más habla del deber de las cosas y que menos dispuesta está a comportarse fundada en principios morales.

En este sentido, es importantísima la capacidad de escuchar a los que saben y tienen experiencia. Es importantísimo rodearse de personas que sientan la libertad de hablar con razones para el bien común. Es importantísimo no endiosarse como si al sentarse en las curules estuvieran por encima del bien y del mal. Es importantísimo ser capaces de reconocer sus errores y pedir disculpas sin estar constantemente calculando el precio político. Es importantísimo que, aunque no se hable sobre si la ética y la política se llevan de la mano, los políticos sí sean de auténticos principios y capaces de consideración hacia los demás. Con eso, es posible, mejoraría sustancialmente el desempeño de nuestros políticos.