
RETRATOS HABLADOS
Igual que usted, tengo una fe profunda en la grandeza de un país como México para salir adelante de cualquier calamidad que le toque vivir. Estoy seguro que a la plaga de malos políticos que han gobernado a la nación, pero también a los que con buenas intenciones terminan igual que los otros, siempre hemos acabado por reencontrar el camino y confirmar que, pese a todo, contra todo, persiste un espíritu único que nos da identidad y vocación para sobrevivir.
Sin embargo, no podemos, no debemos confundir esa férrea voluntad de cada uno de los mexicanos, con la figura siempre difícil de entender del pueblo, porque pueblo, lo hemos dicho una y mil veces, al final del día no es nadie, y solo tiene aplicación en la palabrería de los que una mañana están dispuestos a inmolarse por él, y al atardecer ordena que los aporreen con macanas. Y como pueblo no es en términos concretos una persona con nombre y apellido, entonces sucede que no se le pegó a nadie.
Han sido si se quiere cientos, miles, los que con un rostro real de cada uno de quienes lo integran, se han sumado para buscar en momentos históricos de la nación, un cambio que permita que los condenados hasta la eternidad por la miseria, dejen esa condición y marquen la diferencia cuando uno de sus hijos ha logrado estudios universitarios, a veces también de maestría y doctorado.
Estudiar no es garantía de progreso o enriquecimiento, pero sí de esperanza en que las cosas cambien paso a paso, y que la historia sin fin que conducía a que generaciones y generaciones corrieran la misma suerte, cambie para bien, y también para que nunca más sean utilizados en calidad de “pueblo” para proceso electorales, o para avalar a sátrapas en el poder.
Si usted quiere al pueblo lo conforman individuos, como un principio lógico, pero con un rostro, un sueño particular que, cuando coincide en muchos, da como origen al final de cuentas una fuerza única. A los individuos que dan origen a movimientos sociales como la Independencia, la Revolución, los une un ideal, no la conveniencia que se compra con dinero. Los une, los reúne la capacidad de tener ideales, de disentir entre ellos mismos, de dar la espalda a todo signo de totalitarismos o imposiciones de verdades absolutas.
Por eso al final del día una nación como la nuestra sobrevive a todo, y un pueblo entendido como la masa que se manipula al antojo del poderoso, termina derrotado, humillado, porque los sin rostro no tienen conciencia de nada.
Son tiempos los que hoy vivimos, que nunca habíamos imaginado siquiera, que representan el reto mayúsculo de caminar juntos, pero sin volver a repetir la idea de todo ansioso de poder, de que la pérdida de identidad, de individualidad, representa un don; que hacerse nadie para no ser catalogado como ambicioso, es algo sano y bendecido.
México siempre saldrá adelante, porque en toda su historia surgieron personajes que dejaron de tratar al pueblo como carne de cañón, mercancía, masa amorfa y sin ideas, y le otorgaron un rostro a cada uno de quienes lo integran.
Y con esa simple acción, lograron comprender y hacer que los demás comprendieran algo simple pero vital: un pueblo es real cuando se les haba con el nombre de cada uno de los que lo conforman, no con la palabra que lleva en si el desprecio y la indiferencia absoluta: pueblo.
Mil gracias, hasta el próximo lunes.
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@JavierEPeralta