Para empezar el año

Para empezar el año

LAGUNA DE VOCES

En realidad, la edad empieza a preocuparme a mí como a buena parte de mis contemporáneos, y la insistencia en decir la frase: “qué rápido pasa el tiempo”, es el signo inequívoco, no solo de que nos hemos hecho viejos, sino que esa cruda realidad para la que nos sentíamos preparados en el momento de hacerle frente, nos lastima, nos acerca a la última etapa de la vida, sin saber a ciencia cierta la razón de todo. Sin embargo, empezar el año con este pesimismo no conduce a ningún lado, lo que tampoco debe traducirse en un optimismo risible y vergonzoso, tan de moda en los mensajes instantáneos, y en los programas bobos de la televisión que arrancan con sentencias huecas para encontrar la felicidad con base a “echarle puras ganitas”.

La primera mañana del primer lunes del mes de enero de 2023 la dediqué a caminar por Huejutla, mirar el puente adornado con un arco que avisa la entrada al barrio de Tahuizán, agarrar rumbo a la carretera federal México-Tampico, recorrer por enésima vez el trayecto que pasa por la iglesia y la casa obispal, que un tiempo el titular del cargo llamaba su “humilde jacalito”(aunque de jacalito no tiene nada), pasar de regreso el puente que permite mirar lo que fue el “Río Chinguiñoso”, que del nombre solo conserva lo de chinguiñoso, por haberse convertido en un vertedero de basura y desechos.

Apurar el paso sobre el puente de punentes encima del Tecoluco, digno, soberbio pese al acoso de la contaminación, con poca o nula posibilidad de sobrevivir a sus embates. Mirar, simplemente mirar y descubrir de repente, que de eso se trata la vida, sin importar si se está muy lejos o muy cerca de la meta que según dicen es la muerte, porque como dice la gente sabia de estos y todos los rumbos del planeta: sabe el hombre donde nace, pero no donde muere, y para eso no hay una edad definida ni nada por el estilo, aunque con frecuencia los viejos se van primero en un deseo lógico de quien es padre.

El asunto es dejarse sorprender una y otra vez por una mañana que amaneció con neblina cerrada y dejaba ver apenas la catedral de piedra, el kiosco donde hace años asesinaron con singular saña a dos pobres hombres que primero golpearon, les clavaron odio con un picahielo, los rociaron de gasolina con ánimo de quemarlos vivos, para finalmente colgarlos, porque según el locutor de la CY eran robachicos y traficantes de órganos. A la fecha no se sabe si ese criminal que azuzó a un “́pueblo bueno y generoso” para tomar “justicia” por mano propia, fue detenido, juzgado y condenado por homicidio doloso. Y los que patearon con botas de caciques a los infortunados, de apellidos rimbombantes, en poco se diferencian de los otros que ahogados en alcohol, se erigieron como jueces en un tribunal sin rostro.

La catedral, la de Cristo Rey, similar a una cueva gigantesca o bóveda de cañón, hecha encima de un cerro donde se adoraba al Dios Tiozihuatl, testigo desde los 1500 y tantos de la vida de los huastecos (todavía a estas alturas divididos entre los “de razón” y los de “sin razón”). Eterna historia que hoy mismo se aplica con singular maestría en el país, para dividir a la gente entre los ricos y pobres, los primeros de recursos por “corruptos”, los segundos porque así nacieron. Y así se han quedado se haga lo que se haga, porque el mismo Jesucristo se lo dijo a sus apóstoles cuando le reclamaron fuera ungido en sus pies con un perfume caro que podría venderse y con lo obtenido ayudar a los menesterosos, “a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis”.

Repasar lo visto en más de 37 años de visitar con frecuencia la región más frondosa del Estado, escuchar una y otra vez que ahora sí llegará la justicia, que se aprovecharán sus vastísimos recursos naturales con plantas para hacer jugos, con empacadoras de legumbres y verduras; que conmigo arranca el proceso justiciero, que solo Cristo Rey puede superar lo que se hará en esta nueva historia de la Huasteca.

Pero todos son los mismos dos o tres apellidos dueños antes de gigantescos ranchos, que incluían a las almas muertas que ahí habitaban, hoy de hoteles, gasolineras, tiendas y restaurantes. Asunto de cambiar de giro para eternizar sus estirpes y ser eternamente los “amitos” y “amitas”. Y los ranchos ahora localizados en Veracruz, a la vuelta en Platón Sánchez.

Poco cambia la realidad. Pero pese a todo la luz, la luz inmensa que atraviesa neblinas, oscuridades, desalientos, desesperanzas y alumbra, una y otra vez el camino, a lo mejor el último a transitar, pero el camino que siempre nos lleva de regreso a la eterna estación donde todo empieza de nuevo.

Mil gracias, hasta mañana. 

¡Mi deseo de que 2023 sea un buen año para todos!

Correo: jeperalta@plazajuarez.MX

Twitter: @JavierEPeralta

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