León Felipe tenía razón

León Felipe tenía razón

RETRATOS HABLADOS

De poco ha servido la historia, los errores cometidos, el daño causado a los más por la ambición de los menos; de poco el dolor calculado con anticipación a cambio de satisfacer la ambición de una sola persona; de poco la ruptura de amigos de toda la vida, porque uno se creyó poseedor de la verdad absoluta, porque otro empezó a odiar lo que el primer amaba, fruto de creer que estaba equivocado y valía menos que nada porque a él lo amparaba la pobreza franciscana, y al segundo simplemente le iba bien.

De poco sirve la vida misma cuando jugamos el juego de siempre y acabamos por no distinguir el tinglado del vodevil de la realidad, si aceptamos que la verdad puede ser modificada cada temporada conforme a la conveniencia y a las circunstancias. Verdad es verdad, pero lo olvidamos.

De poco servirá el futuro si no anclamos los principios básicos que nos dieron esperanza en nosotros mismos para amar entrañablemente a quien nos ama, para olvidar simplemente a quien no. Para dejar en la vera del camino a los que odian como profesión y aplastan a sus supuestos rivales por simple tentación.

De nada será la herencia que dejemos a nuestros hijos, si insistimos en alistarnos al guiñol puesto en escena donde unos se cuelgan letreros de buenos, otros de malos y una inmensa mayoría de oportunistas, convenencieros, caricaturas desconocidas de lo que fueron alguna vez, allá el tiempo en que soñaban.

De poco servirá que hayamos aprendido a leer el fenómeno del poder, si insistimos en creer que la acumulación de ese ingrediente que enferma, da como resultado personas más cuerdas y capaces de considerarse simplemente mortales.

De casi nada habrá servido trabajar por crear una conciencia plena sobre lo finito de la existencia como punto de apoyo para que la enfermedad del poder no invada a los pocos o muchos, que sí los hay, y que han logrado una vez en la historia larguísima de a humanidad manejarla con tiento.

De poco para los que escribimos, guardar silencio cuando los abusos se cometen en todos sentidos y transcribimos sin preocupación alguna la escena siempre útil pero absurda de que hay buenos y malos, y su pelea es el teatro eterno de la vida.

Todos somos simples seres humanos, unos más enfermos que otros en hacerse poderosos, pero simples humanos, plagados de complejos y penas, plagados de alegrías pocas y arrepentimientos muchos. Todos, así sea el más cínico, guardan en el alma que sí tienen, dolores antiguos como los que describe el poeta peruana César Vallejos, nostalgias imperiales.

A todos nos duele saber, aceptar que tarde o temprano nos iremos sin comprender casi nada, o nada, de la razón para estar en una tierra que solo conocemos por su nombre, y empezar a asentir con la cabeza que León Felipa tenía razón al decir: 

“Pasan los días y los años, corre la vida

y uno no sabe por qué vive…

Pasan los días y los años, llega la muerte

y uno no sabe por qué muere.

Y un día el hombre se pone a llorar sin más ni más,

sin saber por qué llora

por quién llora…

y qué significa una lágrima.

Luego, cuando otro día uno se va para siempre,

sin que nadie lo sepa tampoco

y sin saber quién es

ni a qué ha venido aquí…

piensa que tal vez vino sólo a llorar

y aullar como un perro…

por el perro de ayer que se fue,

por el perro de mañana que vendrá

y se irá también sin que se sepa adónde

y por todos los pobres perros muertos del mundo.

Porque ¿no es el hombre un pobre perro perdido y solitario

sin amo y sin domicilio conocido?…”

Mil gracias, hasta mañana.

Related posts