Guadalupana

Guadalupana

El Faro 

Pensar e intentar condensar qué es México es prácticamente imposible. La complejidad, diversidad, riqueza y profundidad del vivir mexicano complica de sobremanera poderlo definir con facilidad o mediante simplismos. De esto han sido conscientes las mentes más preclaras del país.

Me parece que hay ciertos momentos de la vida que conviene detenerse un momento y mirar alrededor. Uno de esos tiempos creo que es el de la festividad de la Virgen de Guadalupe. Muchedumbres de mexicanos para esta fecha se convocan en peregrinaciones a diversos templos, con la finalidad de estar con la Virgen. Me parece que eso hay que contemplarlo.

Es momento de ver los sacrificios que se están dispuestos a realizar por una manda o por un favor recibido. Es momento de ver cómo la vista se eleva al cielo y el interior del corazón se emociona al ver la protección de la tilma virginal. Es momento de fijarse en el resumen del caminar vital en los rostros emocionados que llegan a las iglesias. Es una oportunidad de tocar un sentimiento común a casi todos los mexicanos, más allá de clases, ocupaciones, posiciones sociales, economía y de ideologías.

Ya el cura Hidalgo comenzó de manera, un tanto inconsciente, un movimiento reivindicatorio con un estandarte unificador, el de la Virgen de Guadalupe. Tanto en el siglo XIX, como en el siglo XVI la Virgen aparece como un icono que compendia sentidos y sentimientos comunes a la población que vivía este país. De igual manera, creo, lo continúa haciendo en nuestros días.

Me parece que María de Guadalupe sigue en el mismo camino que el que recorren todos los mexicanos. Se convierte en un estandarte de confianza en un futuro más halagüeño que lo que nos ofrece el presente. Es un estandarte que calma y cauteriza el dolor del vivir. Es una imagen con la que podemos identificar confiadamente lo profundo de nuestro interior sin necesidad de protegernos con máscaras de seguridad. Es el icono maternal al que podemos encomendar a nuestros hijos y a nuestros mayores. Es, por tanto, la imagen que convive con nosotros y nos ofrece la esperanza que en ocasiones no somos capaces de encontrar.

Probablemente, el día de la Virgen de Guadalupe y el día de la madre, sean dos momentos para mirar alrededor e intentar preguntarse, como muchas otras inteligencias que nos precedieron, por qué es México, en qué se unifica, desde dónde puede explicarse un poquito mejor sin intención de llegar a una visión última definitiva. Es muy probable que en estas dos fechas, que no están tan lejanas en cuanto a significado, podamos descubrir algo de lo que habita el interior desconocido y escondido de mexicano.

Eso, exactamente, fue lo que pude experimentar el domingo pasado cuando, estando en Morelia, Michoacán; acudí al santuario de la Virgen de Guadalupe de esa ciudad. Más allá de la ceremonia religiosa, me pareció interesante y profunda la expresión sincera con que las personas iban disfrazadas de indígenas, la ilusión de los niños disfrazados de Juan Diego, el sufrimiento de quienes entraban de rodillas en el templo, el abrazo entre familias y las lágrimas por algo que había sucedido. Cuando el sacerdote elevó una oración, la aclamación fue sonora y unánime. Cuando solicitó que se elevaran los ojos al cielo todas las miradas se fijaron en él para acercarse a la Morenita. Con esto, a mí me parece, que se puede entender México un poquito mejor. Con esto, me parece a mí, se puede querer un poquito más a México. 

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