La memoria del amor

La memoria del amor

LAGUNA DE VOCES

Pasados los años, seguro descubriré con tristeza, que desperdicié buena parte de la vida en asuntos sin importancia; en escribir sobre el poder, sus representantes y enfermedades que siempre los aquejan. En la preocupación constante por no tener el dinero suficiente para llegar a un nuevo mes, sin el espanto del pago de tarjetas de crédito que nunca debí haber obtenido, y mucho menos usado. En estar apurado con quién sabe cuántas cosas que no importaban, y aplazar, aplazar y volver a aplazar la taza de café con un amigo que después murió sin que lo volviera a ver.

Por desgracia solo la edad aclara la mente, debilita el profundo vicio de hablar siempre de uno mismo, con el YO por delante y las historias repetidas hasta la saciedad de las glorias que nadie, o casi nadie conoció, de tan grises y mediocres, sin que uno se diera cuenta por o menos.

Llegados los 60, y ya inminente el tiempo en que se debe empezar la preparación para confirmar que, a ciencia cierta, nada se sabe del destino, de la última estación donde aparcará el vagón en que fuimos trepados para recorrer la vida, también damos pie al repaso lamentable de los hechos que pesan en la espalda porque fuimos injustos, ingratos, mal agradecidos y todo eso que de jóvenes apenas si creímos existían.

Pero también trae el espacio único en que ya no nos arrepentiremos de nada, porque no podremos achacar a la prisa, a la inmadurez, lo que se ha hecho o dejado de hacer. Porque resulta que ya pensamos antes de hacer las cosas, de emitir una opinión, de escribir. Y por lo tanto lo que no dio la escuela, la vocación de ser periodistas, lo da la edad, y como nunca comprendemos el decir de Miguel Ángel Granados Chapa: “no escriba lo que no pueda sostener de frente y a la cara de la persona señalada”.

Hay por supuesto un elemento adicional, con toda certeza el más importante: aprendimos el significado único valioso del verbo amar. Sí, es lo que dicen todos los viejos, pero jamás como pasados los 60, fuimos capaces de decir con absoluta honestidad y creencia en las palabras, que las glorias añoradas son poco ante el buen recuerdo que se deje en quien nos amó y amamos de corazón. A lo mejor, en una de esas, es el camino a un cielo prometido, donde podremos caminar a la vera de un río visto en tantas y tantas vidas.

Es la edad, la que también nos orilla a pensar, una y otra vez, en que después de todo no éramos inmortales, con todo y que las pruebas de sobrevivencia a caídas y choques digan lo contrario.

Queda no sé si poco o mucho, pero al despertarnos en el sendero no de los caminos que se bifurcan, sino de los que se unen, sabemos que lo que reste de distancia tiene que ser dedicado a conocer y reconocernos en el amor.

Después de todo la edad trae una sensación única de libertad, de saber que ya no hay espacio para el arrepentimiento, porque de buenas a primera ya pensamos todo, y si así es, no hay espacio alguno para lamentarse. Al contrario, surge la certeza de arrepentirse no de los hechos, sino de lo que no se ha hecho.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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