
Letras y Memorias
Bajo el cobijo del humo sacro producto del sahumerio, la mirada se perdió en un punto fijo de aquella ofrenda que se entrega a quienes ya no están acá, donde el resto seguimos padeciendo y de vez en vez, riendo.
Adornan la casa los pétalos de las flores ancestrales que guían los caminos largos y tediosos de los que un día se despidieron de uno, con la promesa de que allá, al otro lado de la vida, habríamos de encontrarnos para chocar las copas y brindar por las memorias, agradecidos por haberlas vivido.
Y así, en el marco del Día de Muertos, los pensamientos cansados buscan al padre, la madre, el abuelo o los hijos que vieron segada su historia cuando alguna especie de capricho celestial, decidió que ya nada más podían hacer acá, con nosotros, pisando un mundo que teme tanto a la muerte, que evita a toda costa mencionarla como si eso la fuera a ahuyentar.
No pocas veces, cuando se habla de morir, nos olvidamos de que es lo único cierto de la vida. Y además, nos olvidamos de que por más virtud que haya en nuestra piel, todos sin excepción, andamos contra nuestra voluntad, rumbo a la morada final en la que aguardan por nuestra alma los que se fueron, algunos sin avisar.
De cierta manera, podríamos decir que todos nacemos muertos, o más bien, todos estamos muertos… bueno, mejor dicho, “todos nacemos destinados a morir”. Y, aún sabiendo el destino que nos espera, nos aferramos a creer que algún día la ciencia será tan poderosa que podrá evitarnos la cita con la muerte, cuando ni los dioses mismos han podido escapar de esa travesía por los inframundos.
Todos estamos muertos. Los del mundo de los vivos, hace tiempo que andamos por la existencia nomás así, andando, dando de vueltas sin encontrar el fin de esas andanzas, empeñando lo que no tenemos para evadir aquello que sí nos pertenece. Vamos conociendo gente que está tan muerta como los que yacen en los panteones, con la única diferencia de que, los que ya tuvieron su principio y cierre, van a volver cuando noviembre comience, mientras que el resto, los moribundos con carne y huesos, no contamos con fecha de retorno, pues no se puede volver a un sitio, del que los pies nunca se han despegado.
De cierta forma, estamos muertos y todo es culpa de que, las enseñanzas que nos dieron en torno a la muerte sabia y su hoz, fueron erróneas desde el comienzo. Estamos muertos porque nos inculcaron el miedo a dejar de existir, y por ende, uno se ocupó más de eso, que de comenzar a vivir. Luego entonces, cuando se acerca el fin, queremos con todas las fuerzas restantes, un ratito más en esta tierra, jurando que si la divinidad nos concede ese deseo, cambiará todo lo que antes hicimos… Pero acá no hay espacio para cumplir caprichos, porque seguro a esa calaca tilica y flaca, le molesta en gran medida que le impidan hacer su trabajo con súplicas penosas.
Y es que, ¿por qué uno espera hasta ese punto para querer empezar a vivir, cuando lo ideal sería hacerlo desde el día uno que estamos aquí?
Nunca entenderé esos motivos y razones. Nunca entenderé por qué la única certeza que tiene todo ser vivo, causa tanto miedo y, es el horror el que al final conduce tal y cual decisión, esta o aquella sensación.
De cierta manera, y si vale la expresión, mientras más convive uno con los que se dicen “vivos”, más motivos nos dan para concluir que, en efecto, acá todos estamos muertos.
¡Hasta el próximo jueves!
Postdata: Siguiendo esta premisa, doy por hecho que el “Día de Muertos”, se debería celebrar a diario.
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