El espanto del tiempo

El espanto del tiempo
Photo Credit To Cortesía

LAGUNA DE VOCES

A finales de octubre, sin las lunas prometidas por la canción, es una sorpresa que se suelte el calor por las calles de la ciudad, quemante como solo en estas épocas, sin la lluvia que con regularidad anuncian, y sí en cambio una cada vez más constante reflexión en torno a lo rápido que se van los meses, el año, de tal modo que el divo de Juárez tenía razón, y seremos perdonados por Dios, pero nunca por el tiempo. Es verdad, porque en el raquítico escenario donde nos tocó caminar, descubrimos que ya vivimos todo, padecimos todo, por lo que resulta extraño querer indignarnos porque un gobierno casi celestial no cumple ninguno de sus mandamientos.

De qué extrañarnos si hemos visto el capítulo una y cien veces, solo con cambios mínimos, de tan mínimos que empezamos a confundir si los actores y actrices no se habrán equivocado de guion, y han empezado a invadir los de sus compañeros. Pero no, hasta esa equivocación está prevista en la pluma de los argumentistas, por cierto, confiados en que cambian totalmente la realidad con sus ocurrencias.

Crecer, a veces reproducirse, pero siempre morir, es un camino que empieza a fastidiar, a corroer las ganas de creer. Porque si en lo político, es decir en lo del poder, es algo que lastima, la verdad poco importa. Ni nosotros fuimos partícipes de gesta heroica alguna, ni tampoco nos preguntaron si estaríamos de acuerdo con estas épocas en que todas las cosas pueden ser legalizadas con una simple reunión masiva, una pregunta, y las manos levantadas que aprueba, y aprueban, y aprueban.

El calor provoca un sueño agresivo, necio, que de momentos nos hace dudar si seguimos aquí, frente a la pantalla, o la pantalla es inexistente al igual que nosotros.

Con toda certeza no hay, ni habrá explicación alguna para este difícil arte de la vida, porque otros como uno, maldicen una y cien veces, el momento en que se creyeron vivirían una vida de artista, de magnate, de gran descubridor de las incoherencias de la existencia humana.

A mí, al igual que a todos, dijo el jovenzuelo que a toda costa quería convertirse en gurú de las inteligencias, a mí me gustaría por lo menos tener la promesa de que, después de todo, no resultamos una especie miserable y sin objetivos.

Al contrario.

Pero el calor arrecia, y ni esconderse debajo del escritorio garantiza nada.

Al rato arrastrarán más sillas y escritorios de la oficina contigua, deshabitada desde hace casi medio año.

Al rato diré que no me espanto, aunque todos ven que si lo hago.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

Related posts