El Mercadólogo
Aunque para la mayoría de la gente estamos en el mes de octubre de 2022, para mí y mucha gente de mi entorno, ya es 2023. No, no es que nos queramos saltar la, tal vez, parte más divertida del año (Halloween, Día de muertos, Navidad, Año Nuevo) para mantener la dieta, que ya sabemos que todas estas fiestas conllevan excesos. Es que, desde hace unos días, no hacemos más que pensar en el próximo año. En estas fechas, muchos departamentos de mercadotecnia y publicidad están preparando sus futuras estrategias a seguir.
Para poder hacer una estrategia hay muchos pasos a seguir. Quizás lo más importante es definir correctamente los objetivos que se quieren lograr. Aunque en otra colaboración ya lo he escrito, les recuerdo que dichos objetivos deben seguir el esquema SMART (ser específicos, medibles, alcanzables, relevantes y en un tiempo determinado). También hay que recalcar que, cuantos más objetivos se planteen, menor será la posibilidad de conseguirlos todos, y al contrario.
Una vez que determinamos qué es lo que queremos conseguir, hay que estudiar. Sí, lo leyeron bien: hay que estudiar. Es importante analizar el contexto en el que nos encontramos; lo que está realizando la competencia; nuestras fortalezas y debilidades; nuestras ventajas competitivas; definir a los clientes potenciales; analizarlos en profundidad: su comportamiento, gustos, aficiones, forma de pensar. Hay mucha información, cada vez más, y de su correcto análisis dependerá que seamos capaces de encontrar oportunidades a futuro.
Sin embargo, la situación actual, tanto en el ámbito internacional como en el doméstico, hace prácticamente imposible ser capaces de hacer una previsión, ni siquiera mínimamente realista y cercana a lo que va a suceder en los próximos meses. No es que antes fuera fácil, nunca lo ha sido, pero a partir de 2020, con la irrupción de la pandemia que dinamitó nuestra vida, seguido de la guerra en Ucrania, la crisis energética, la inflación y los consiguientes terremotos políticos y económicos, nos han obligado a desempolvar la bola de cristal para poder hacer una previsión sobre casi cualquier tema.
¿Qué va a pasar en 2023? ¿Conseguirán mejorar los datos macroeconómicos, que terminan afectando en nuestra vida cotidiana? ¿Cómo terminará la guerra en Ucrania? ¿Terminará, o se extenderá a otros países? ¿Estallarán otros conflictos, como la tensa situación entre las dos Coreas? ¿Qué pasará con los diferentes países que están dando cabida a la ultraderecha en sus gobiernos, como Italia? ¿Y con los que están volviendo a los gobiernos de izquierdas, como parece que sucederá en Brasil? Todos tenemos teorías sobre estas y muchas otras situaciones. El problema es que, los que nos dedicamos a realizar previsiones, dejamos por escrito las respuestas a estas y otras preguntas a futuro, sabiendo que, probablemente, dentro de un par de meses, lo que sea que hayamos contestado, estará obsoleto, e incluso sonará como una broma.
Entonces, ¿cómo lo encaramos? ¿Renunciamos a hacer previsiones, sabiendo que su parecido con la realidad será una mera coincidencia? O, por el contrario, ¿nos arriesgamos a hacer vaticinios, sabiendo que la probabilidad de que fallemos será extremadamente alta? Desafortunadamente, nos vemos obligados a hacerlo, para poder planear las acciones que tienen que realizar los diferentes anunciantes que confían en nosotros.
Pero la palabra clave para este año es la flexibilidad: todas las propuestas estratégicas que realicemos, en esta ocasión más que nunca, tienen que estar sujetas a cambiar. Probablemente, nos veamos obligados a realizar un plan B, plan C y hasta plan Z si hace falta. Nos toca vivir un momento de incertidumbre, y como tal, tenemos que ser lo suficientemente flexibles como para adaptarnos y reaccionar de la manera más rápida a los cambios a los que nos enfrentaremos en un futuro cercano.